La fuerte explosión de un tanque de gas en una zona densamente poblada de Cumbayá vuelve al debate el tema de la seguridad industrial. Esta vez los heridos fueron nueve y se van recuperando, pero el susto tardará en pasarles un buen tiempo.
Los destrozos fueron múltiples. Empezando por las fracturas a la estructura de la propia edificación del lugar donde estalló la bombona hasta los vidrios de varios inmuebles, los daños al mobiliario, automóviles y bienes públicos y privados.
El estallido se escuchó a varios kilómetros a la redonda. La zona de Cumbayá está llena de viviendas, restaurantes, tiendas y otros negocios cuyos propietarios deberán asumir cuantiosas pérdidas económicas. Muchas personas, luego de la pandemia, acababan de reabrir sus actividades comerciales.
Las llamadas de emergencia saturaron los sistemas en esa mañana y la ayuda de bomberos, policías y ambulancias llegó a los pocos minutos de ocurrida la explosión. Las primeras investigaciones dicen que se podría tratar de una fuga de gas en la manguera que lleva el combustible del tanque a la cocina. De todos modos habrá que esperar un peritaje más fino y definitivo.
En cuanto al propietario del local que quedó destruido y probablemente deba ser demolido, las autoridades y los vecinos dicen que no se lo encuentra. Pero más allá del accidente, cuyas consecuencias pudieron ser mayores, el tema vuelve al debate de la sociedad sobre la seguridad del uso del gas. Instalaciones, limpieza de cocinas y calefones, cuidado extremo de los usuarios para cerrar clavijas y llaves, son apenas algunos de los aspectos a cuidar.
También se debe llevar con prolijidad el entorno de los depósitos, que bien podrían ocasionar explosiones más fuertes y, desde luego, mejorar el precario transporte de las bombonas por las calles, en situaciones que dejan qué desear. No debemos perder de vista que en casos de suma responsabilidad, sobre los cuales no se sabe si llegó la acción de la justicia, no se ha actuado en procura de la vida y la seguridad de las personas.