La hora que vive la humanidad la muestra desnuda ante temas que la ciencia, la economía y la tecnología no dominan, y acaso desconocen.
En plena era del conocimiento, cuando la globalización y el desarrollo científico y tecnológico habían alcanzado varios hitos, un virus en forma de corona impera y causa pánico.
Las grandes potencias que mantenían un pulso por dominar el mapa global, hoy se muestran vulnerables.
El Viejo Mundo parecía haberlo aprendido todo luego de las dos grandes guerras y el ensayo vital de la integración y la moneda común.
Pero nada alcanza para proteger a la gente común, atenuar los impactos del virus y bregar por descubrir la vacuna. Falta todavía un tiempo.
Hoy el planeta está más informado que nunca. Los medios tradicionales surcan el espectro, las autopistas de la información están saturadas de mensajeros y mensajes. En pocos minutos accedemos a decenas de ellos. Las redes sociales nos mantienen constantemente conectados, aunque no necesariamente informados.
Los mensajes solidarios en esta hora de soledad y desconsuelo reconfortan y acompañan. Pero por las autopistas por las que navegan las noticias oficiales, los consejos sanos e incontables mensajes positivos, circulan otros, ocultos, bien disfrazados y venenosos.
La intoxicación perversa de las ‘fake news’ o noticias mentirosas cunde y siembra gran desasosiego. Millones de mensajes catastróficos, millones de mentiras construidas y maquilladas de verosimilitud.
El Gobierno ha detectado que buena parte de la propaganda llega desde México o Venezuela, conforme lo dijo el Secretario de Comunicación en Ecuadoradio. Hay que investigar con mayor profundidad y establecer los intereses que se mueven detrás de este propósito malintencionado.
Es necesario identificar a los autores de estas campañas políticas y mensajes destructivos. Y no solo para rechazarlas de forma rotunda.
Seguramente en un contexto de emergencia nacional como el que vivimos, la búsqueda concertada del caos puede juzgarse y castigarse.