El país estableció un examen llamado Ser Bachiller para promover el acceso a la universidad. Hoy eso se discute.
La educación es un derecho básico al que deben tener acceso todos, como concepto y en principio. Pero la realidad es que los cupos en las universidades no alcanzan. Y que no siempre un título universitario se traduce en un empleo asegurado.
Hay que mirar lo que sucede en otros países. Los parámetros de exigencia en carreras tan delicadas como la medicina son muy altos.
No podemos soslayar que muchas carreras están saturadas, no alcanzan las aulas, los laboratorios ni los maestros, y eso sucede en la educación pública y también en la privada.
Otro tema que afecta es la deserción. Muchas personas se desencantan o descubren ya en la universidad que no tienen vocación y abandonan las clases. El costo de esa deserción para la sociedad es muy alto.
No podemos abstraer del debate que los niveles educativos arrojan brechas muy altas en la preparación de los estudiantes secundarios, algo complicado de uniformizar.
Las bases educativas de alumnos en diferentes realidades, entre el campo y la ciudad, entre las regiones geográficas, entre colegios privados y fiscales y aun entre establecimientos que debieran ser similares no son homologables.
En estos días han aparecido quejas sobre las pruebas. Los alumnos y algunos padres sostienen que los contenidos no se parecen a aquellos que llevaban las materias de estudios; muchas veces se preguntan temas que los estudiantes nunca vieron. Este sería un aspecto para analizar y corregir en lo posible.
Es inaudito, merece repudio y sanciones severas que algunos cuestionarios se hayan filtrado favoreciendo a unos cuantos vivos y perjudicando a otros estudiantes, que tal vez merecían acceder a la universidad.
Todo un debate que pasa también por un aspecto aspiracional en carreras clásicas y no sobre la realidad de profesiones y la diversidad de oficios dignos y útiles que demanda un país. Temas para un debate de fondo, a propósito de Ser Bachiller.