La reacción solidaria y afectuosa del país entero -salvo deshonrosas excepciones- por las víctimas de los actos terroristas que empezaron el 27 de enero en Esmeraldas, ha sido expresiva y sincera.
Tras los atentados que se llevaron la vida de cuatro soldados, seguidos del secuestro y la noticia del asesinato del equipo periodístico de EL COMERCIO y la posterior desaparición de una pareja, la gran mayoría del país sacó lo mejor del fondo de su alma, no solo para acompañar a los deudos de las víctimas sino para exigir un país de paz.
Vigilias, homenajes, marchas en varias ciudades, foros académicos y encuentros religiosos, han sido muestras manifiestas de la generosidad de la gente que se volcó con afecto para revalorizar el oficio tan vapuleado desde el poder político en años recientes y para mostrar unidad ante la adversidad.
Los foros, paneles y conferencias han provocado reflexiones valiosas tanto para la sociedad como para el poder político. La tarea recién empieza y hay que enfrentar al crimen organizado, no solo desde la perspectiva de la seguridad sino desde todos los flancos.
Ecuador ha mostrado que no es indiferente ante una amenaza de tal dimensión. Cada miembro de la sociedad, y en especial sus líderes, deben tomar en serio su papel en esta hora delicada.
No debe haber espacios, por pequeños que sean, para menoscabar esta auténtica reacción nacional de respeto a la vida y a la libertad. El uso político del tema simplemente no cabe.