Desde su encierro en la Embajada del Ecuador en Londres, Julián Assange es noticia.
El pirata informático, reclamado por la justicia sueca, e impedido según la Ley de Asilo de hacer declaraciones, salta la barrera otra vez y ahora sacude al establecimiento de EE.UU.
En una rueda de prensa ‘on line’ dijo que la CIA perdió todo el control de su arsenal cibernético. La conclusión es obvia: los controles de la organización que se supone uno de los grandes íconos de la inteligencia y el espionaje -según se lo quiera ver- es vulnerable.
La reacción en Washington no se dejó esperar. El impacto de la revelación tensa la cuerda de la relación del presidente Donald Trump con los órganos de inteligencia, pero además recuerda de lo que ha sido capaz WikiLeaks, a nombre de la libertad reivindicada.
Con las alarmas prendidas, el asunto podría ser contraproducente para el propio Assange, encerrado en su ‘jaula de oro’ en la Embajada del Ecuador, y acaso su salida se complique aún más.
Para el Ecuador, este nuevo acto de notoriedad del australiano tampoco es una buena noticia. Su asilo ha empañado las relaciones entre nuestro país y el Reino Unido.
El nuevo gobierno del Ecuador, que se inicia el 24 de mayo, tendrá de entrada un problema que resolver, a más de la crisis económica, el desempleo y la reforma política: un asunto internacional como el asilo de Assange, un ‘inquilino incómodo’, que se vuelve como una piedra en el zapato.