El 1 de marzo de 2008 dejó huella. En la madrugada y transponiendo los límites fronterizos, el Ejército colombiano irrumpió en un campamento que el grupo narcoterrorista de las FARC había instalado clandestinamente en territorio soberano del Ecuador. Era un sábado y en la madrugada corrieron los primeros datos de la acción. El presidente Rafael Correa se mostró sorprendido durante su cadena sabatina, al comunicarse telefónicamente con el Presidente de Colombia, quien le advirtió de un choque armado.
Más tarde, con la confirmación del ataque en territorio ecuatoriano, la reacción presidencial fue de indignación.
La consecuencia: el retiro del Embajador ecuatoriano en Bogotá, la expulsión de su par colombiano en Quito y el rompimiento de las relaciones diplomáticas.
Las relaciones se reanudaron apenas en noviembre de 2009 y tras un proceso tortuoso de negociaciones y compromisos de buenos propósitos.
El Ejército colombiano había violado la soberanía ecuatoriana: era un hecho incontrastable, al igual que el hecho de que los guerrilleros de las FARC usaban nuestro territorio para sus actividades ilícitas.
Tras los encuentros presidenciales de Cancún y Quito, queda pendiente tratar en la comisión temas sensibles que exige el Ecuador: los videos del bombardeo, los discos duros de las computadoras de Raúl Reyes y un compromiso firme de Colombia por la situación de los refugiados que acoge Ecuador. También está pendiente un trabajo coordinado en la frontera, para enfrentar las labores delictivas del crimen organizado que impactan sobre la población civil, como sucedió en la reciente matanza de pobladores de Lita.
A dos años del ataque, aún se espera la reanudación plena de las relaciones entre dos pueblos hermanos.