Una frontera es un vínculo cultural y de intercambio, pero muchas veces se vuelve una condena fatal.
Para México, Estados Unidos marca su historia, no solo por las conquistas militares del siglo XIX sino por la relación al menos en dos temas claves: lo social y lo económico.
La población de origen mexicano es grande en toda la línea de frontera. El flujo de millones de personas ha sido permanente y ha contribuido a la construcción de la diversidad de Estados Unidos y a su crecimiento. El talento y la mano de obra de los mexicanos ya es parte consustancial de un mestizaje cultural y gastronómico y supone una imbricación que ha traído también beneficios para Estados Unidos, desde luego no solo para las poblaciones de frontera.
Pero es verdad que desde el inicio de la era Trump, la hostilidad y el discurso descalificador incluyen las amenazas comerciales y la construcción de un gigantesco muro de metal que supuestamente debe ser financiado por los propios mexicanos.
El último capítulo – el penúltimo en realidad – fue la amenaza de cerrar el mercado estadounidense a los productos de México. Esto supondría graves perjuicios para el PIB mexicano. Varios empresarios republicanos no ven conveniente esta situación para sus negocios. El viernes se logró un acuerdo temporal (90 días).
El Presidente de EE.UU. quiere que México contenga la ola de emigrantes, especialmente centroamericanos. Hay entre 600 mil y un millón y no están registrados, según el canciller mexicano Marcelo Ebrard.
De su lado, el embajador de México en San Salvador, Ricardo Cantú, anunció que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ya tiene un plan. A México le preocupa especialmente la ola migratoria de El Salvador, Guatemala y Honduras.
Pero no hay que olvidar que también esa es una puerta para la migración ilegal desde el Ecuador, después de que México eliminó la visa.
También preocupa el golpe a la economía mexicana y la estabilidad del acuerdo comercial con EE.UU, y Canadá. Trump, twitter en mano, impone sus visiones.