Las cifras son objetivas. El promedio de las 10 preguntas -una medición matemáticamente arbitraria también usada por el Gobierno- dice que el 47,12% de los votantes se pronuncia por el Sí. El No suma el 41,08%, el blanco el 6,37% y el nulo el 5,43%.
Blanco y nulo, en consecuencia, no apoyan la tesis propuesta por el Presidente. El Sí gana en 12 provincias y el No, en otras 12.
El Sí triunfa con un 6% de diferencia y eso evidencia el colosal chasco de las encuestas a boca de urna que provocaron el triunfalismo inicial y luego pasmaron la fiesta.
El país queda dividido tras una campaña extenuante donde el apoyo o rechazo al Gobierno pudieron más -con el uso y abuso del aparato oficial- que el debate reflexivo.
Guayaquil, la ciudad más populosa del Ecuador, se divide y los resultados son muy diversos. En las provincias donde la Conaie y el movimiento indígena tienen más incidencia el rechazo al régimen se muestra rotundo. La clase media quiteña, a la luz de los resultados por parroquias del Distrito Metropolitano, es contundente por el No. Los barrios populares muestran mayor apoyo al Sí. La izquierda que antes apoyó al movimiento Alianza País ya no está en su torno de modo monolítico y algunos son opositores de fuste.
El movimiento oficialista experimenta un desgaste que le pasará factura al Ejecutivo a la hora de procurar gobernabilidad y margen de maniobra para activar en la Asamblea las reformas.La indeclinable vocación por contarse en las urnas ha desgastado al Presidente. Son muchas las múltiples elecciones a las que se ha expuesto, mientras su estilo ha mostrado sus puntos débiles en la intolerancia, el ningún respeto a la opinión ajena y la confrontación permanente. Es hora de una lectura clara y sincera.