Que somos una nación en ciernes, -descubrimiento de la ministra de Cultura, señora Erika Sylva- podría aceptarse si la comparamos con las europeas, la francesa, por poner un ejemplo. Ello, sin embargo, ni cabría siquiera que nos pongamos en el plan de ‘construirnos’ a partir de algo aún inexistente, negándonos una realidad como la que supone que la inmensa mayoría de quienes habitamos el espacio geográfico que nos queda, somos producto de un mestizaje que se inició hace 500 años con el concurso de etnias y culturas en diferentes etapas de desarrollo.
Que en este proceso de ‘amestización’ se impuso el idioma español no hay la menor duda, y tanto como que es el inmensamente mayoritario dentro del Estado ecuatoriano. Aparte, claro está, que ha sido y es el idioma en el que se ha expresado el espíritu de quienes en nuestro país, comenzando por Eugenio Espejo, nos han legado con cada página un testimonio que era la impronta de una personalidad que iba alejándose cada vez más de la que podía definirse como española. En el Ecuador tropical y andino, el influjo del clima y la alimentación, tan diferentes a los de los españoles, debieron contribuir para tal portento. No es lo mismo, piensa el biopatólogo, tomarse una copa de vino que un jugo durante las comidas.
‘Construir un Estado plurinacional’ y ‘una nación pluricultural’ a mí me pone en ascuas, comenzando por lo mucho que requiere para consolidarse la mestiza nacionalidad ecuatoriana. Me tranquiliza el hecho que se trata de procesos que los han vivido pueblos más antiguos como son los europeos, concretamente el español hasta no hace mucho. Parto de la base que el idioma, a mi juicio, es el elemento cultural que sustenta con más fuerza la definición de nación.
Pueblo tan antiquísimo como el vasco, con un idioma tan distinto a los de origen latino, ya ha perdido la batalla en Francia por lo menos. El vascuence no ha tenido cultores de prestigio y por tal razón sus días están contados. Caso singular es el gallego, en plena retirada y pese a sus magníficos escritores como Rosalía de Castro, Alejandro Pérez Lugín y Manuel Rivas, este último autor de ‘El lápiz del carpintero’ escrito en gallego y traducido al español (1998), una de las grandes novelas del siglo XX. A Gonzalo Torrente Ballester no debió ocurrírsele escribir en gallego su famosa trilogía ‘Los gozos y las sombras’, si como aconteció fue leída en español por millones de españoles e hispanoamericanos.
En Ecuador no pasarán de media docena los escritores en quichua, con todas las limitaciones de expresión que conlleva utilizar un idioma arcaico. De lectores de aquellos textos no hablemos. Quienes llegan a colegios y universidades ya no hablan quichua, se expresan en español. Este será el idioma en el que se manifestará su espíritu, y los ejemplos abundan.