Debido a los múltiples y álgidos problemas que atraviesa nuestro país, es muy común que algunos ecuatorianos tengan un cierto pesimismo frente al futuro del Ecuador. Sin embargo, hay hechos concretos que nos muestran que nuestro país está lleno de gente buena y que, unidos en un objetivo común, podemos salir adelante. La siguiente historia está basada en un hecho de la vida real y nos demuestra que, trabajando en equipo, podemos alcanzar grandes resultados.
Una mañana lluviosa, una pareja de aventureros decide escribir una nueva página en su libro de experiencias y emprende camino, en su vehículo, desde Quito hacia el refugio del volcán Guagua Pichincha. Para llegar a su objetivo, deben atravesar la parroquia Lloa, a la cual se llega por una carretera de primer orden. Luego, desde Lloa hacia el refugio, deben tomar un camino de segundo orden, que es de barro y cuesta arriba. En ciertos tramos, este camino de segundo orden se torna resbaladizo, especialmente en días de lluvia.
En Lloa, cuando el asfalto termina, los viajeros deben decidir si continuar por la vía de segundo orden para llegar hacia su destino, o ponerle fin a su aventura. La duda surge debido a que su vehículo carece de tracción en las cuatro ruedas, lo que podría dificultar el ascenso. Pese a la lluvia de la madrugada, el camino luce en buenas condiciones. Por esto, y debido a que en ese momento no hay lluvia, los viajeros se animan a continuar el trayecto hacia su destino. Están felices porque llegó el día en que llegarán al lugar al que tanto deseaban conocer.
Manejan a baja velocidad y van disfrutando del paisaje maravilloso y la tranquilidad que ofrece el páramo andino. Cada cierto tiempo analizan el trayecto transcurrido y, pese a que han encontrado un poco de lodo y algunas pendientes, deciden continuar para acercarse a su destino. A solo cuatro kilómetros del refugio, los viajeros se encuentran con el tramo más desafiante de su aventura. Desde ese punto en adelante, el camino se torna más dificultoso: hay curvas muy cerradas y cuesta arriba.
Los aventureros han atravesado con éxito varias curvas difíciles y están cada vez más cerca del refugio. A corta distancia observan una curva muy cerrada, con una pendiente positiva bastante pronunciada. Deben decidir muy rápido y sobre la marcha si continuar, pues no pueden perder impulso. Los viajeros deciden continuar. El conductor presiona el acelerador para ganar más impulso, y el acompañante le da ánimo. Sin embargo, no es suficiente: el auto patina y se detiene a muy pocos centímetros de coronar la curva cuesta arriba. Después de pocos segundos, intentan completar el ascenso para llegar a una planicie del camino, pero la tracción no es buena y el vehículo no avanza. En ese momento deciden poner fin a su aventura e intentan regresar.
Para regresar deben descender la curva en reversa, pues no hay margen de maniobra para hacerlo de frente. Para no chocar con un vehículo que venía detrás, en dirección al refugio, se pegan a un lado del camino. Debido a esta maniobra, las dos ruedas del lado pasajero terminan atrapadas en el fango que había en la cuneta. El otro vehículo tampoco puede coronar la curva, y se detiene. En este punto, la suerte de los aventureros está echada: están encunetados y no podrán salir solos. Para colmo, empieza a caer la lluvia, hace bastante frío, y el camino está bloqueado por los dos autos que no pudieron completar el ascenso en la curva.
Después de algunos minutos, varias personas se acercan para observar lo que ocurría. Algunos se marchan, pero otros (la mayoría) deciden voluntariamente ayudar a los viajeros encunetados. Hay una lluvia de ideas para seleccionar el mejor método para sacar al vehículo encunetado. Todas las posibles soluciones implican el uso de fuerza bruta, pues el camino está totalmente bloqueado. Unas siete personas empujan la parte trasera del auto atrapado para complementar el trabajo del motor. Desafortunadamente, pese al gran esfuerzo de todos, el vehículo encunetado no se mueve ni un centímetro. Entonces deciden probar otra alternativa: levantar la parte trasera del vehículo para alinearlo con la vía y luego dejar que la gravedad ayude al trabajo del motor. Después de varios “un, dos, tres, ¡vamos!”, logran sacar al vehículo de la cuneta. Los aventureros agradecen la ayuda recibida y después de recuperar la calma, disfrutan el paisaje y al cabo de un tiempo retornan en su vehículo, sanos y salvos, a Quito.
De la misma manera que un grupo de ecuatorianos solidarios sacó el auto del fango, los ecuatorianos podemos unirnos para superar las dificultades del país. Para esto necesitamos un gran liderazgo, que considere a todos los ciudadanos como parte del mismo equipo llamado Ecuador. Ese liderazgo debe ser ejemplar e inspirador. Debe considerar y tratar a los ciudadanos como personas, y no simplemente como un número más en una elección o en una estadística. La mayoría de los ecuatorianos somos buenos, solidarios, trabajadores y honestos, y de eso no debemos olvidarnos nunca, pues así evitaremos que el pesimismo nos gane. Así que, un, dos, tres, ¡vamos a sacar al Ecuador adelante!