Los niños no pueden esperar
Se me parte el alma cuando veo a niños que, en vez de ir a la escuela, tienen que trabajar, muchas veces en condiciones inhumanas. Sería injusto ignorar el trabajo realizado por el Gobierno a lo largo de estos años a favor de la escolarización obligatoria.
Pero, en el Ecuador y en todo el planeta, todavía queda mucho por hacer. Decenas de millones de niños, en el ancho mundo, están obligados a trabajar en condiciones degradantes, expuestos a formas de esclavitud y explotación, así como a abusos y malos tratos.
Casi sin quererlo, con una cierta naturalidad, nos hemos acostumbrado a vivir con la pobreza, encerrados en nuestra burbuja de cristal, convencidos de que todo va bien mientras nosotros no estemos mal. La realidad del cada día contradice el optimismo de las cifras macroeconómicas y, sobre todo, deja en evidencia nuestra falta de compromiso. Necesitamos ampliar la protección social de los menores para erradicar el flagelo de la explotación infantil.
Lo más fácil es pasarle la pelota al gobierno de turno. Sin duda que hay responsabilidades que la administración pública no puede eludir... Pero, para garantizar a cada niño y niña la salvaguardia de su dignidad y la posibilidad de un crecimiento sano, hay que empezar por la familia.
Una infancia serena permite mirar con confianza la vida y el futuro. Todavía en nuestro mundo rural empobrecido, hay padres que piensan que estudiar es una pérdida de tiempo, que no merece la pena, tanto gasto y tanto esfuerzo. Nada más lejos de la verdad. Si algo se puede hacer a favor de los hijos es darles educación, dotarles y capacitarles a favor de la autonomía del pensamiento y de la vida.
Las políticas sociales no pueden estancarse en este tema.
Consentir que haya familias que ponen a sus hijos en riesgo de explotación, es mirar la historia con profunda miopía. La calidad ética y el desarrollo integral de un pueblo se miden por la manera en que trata a los más débiles, es decir, en la manera en cómo cuida su propia fragilidad, aunque aparentemente no parezca aportar beneficios tangibles e inmediatos. Dejar que los niños se pierdan en el caos de la ignorancia, del abandono, de la subsistencia, retrasa el desarrollo y es semilla de nuevos conflictos y violencias.
Ojalá que los políticos y administradores públicos entiendan esto: que el tiempo es superior al espacio. En la actividad sociopolítica se tiende a privilegiar los espacios de poder sobre los procesos de liberación. El tiempo rige los espacios, los ilumina y transforma... Solo así se construye pueblo. Los niños no pueden esperar ni recuperar el tiempo perdido.
Perdida la infancia solo quedan los despojos. No se trata solo de ocupar un puesto en la vida, de ser alguien en los espacios privilegiados de la profesión, del comercio, del poder,... Se trata de ser nosotros mismos, capaces de pensar, discernir y decidir la propia vida.