Aunque enumeráramos todos los sinónimos de impotencia o de rabia, no alcanzarían a expresar ese ‘adentro’ que nos roe. ¡Cómo no preguntarnos si sirven de algo las palabras, ante las circunstancias que nos tienen secuestrados a todos, lo sepamos o no?; ¿sirven las palabras que se han dicho, se han escrito, las que claman y gritan a diario en la Plaza Grande?; ¿las palabras que se callan, pero están, y las que, por pura desilusión e impotencia, no se escriben? Evoco la modestia y la confianza con que Forges, el humorista español de diario El País, cuya reciente muerte nos dolerá siempre, escribía en un extremo de sus viñetas, en letra chiquitita, este auténtico clamor: ‘Pero no te olvides de Haití’… Sí: cualquier palabra sobre este tema de dolor dicha con voluntad de vida y de salud para nuestros cuatro secuestrados, porque son cuatro, no tres, abona a favor de su vida, de su familia, de nosotros mismos.
El rector de la Universidad Andina, Jaime Breilh, entrevistado, contestaba: Las palabras ‘sostienen un vocerío de dignidad y de preocupación. Voces de este tipo han mantenido vigentes muchos casos, por años, y levantan la conciencia nacional. Por la presión de la vida cotidiana no se destina un tiempo para pensar que el tema no solo afecta a la familia de los secuestrados. La amenaza a los periodistas es un ataque a la libertad de todos’.
A las denuncias y comprobaciones de la basura del correato que nos ahogan en dosis intragables; a las de la burla de la ‘mesa servida’; a las de la deuda inmensa protegida con mañas, leyes y decretos ocultos; a las del sueño idiota multimillonario de los correas y ramirez cebados (ver fotos) de Yachay; a los restos de patiños, rivadeneiras, pabones, hernándeces y a los del ecuatoriano assange, a todas las tropelías de nefasto recuerdo del abominable que sabemos, se añade la revelación que oí por radio y he leído en la prensa costeña: “no son tres, son cuatro los secuestrados’, clamó doña Yolanda Buitrón, “Yo imploro a las autoridades que no pidan la liberación solo de los tres periodistas sino de cuatro, que incluyan a mi esposo en la búsqueda”, y añadía: ‘el gobierno del señor Correa nos pidió callar, que no digamos una palabra’… Así, Marcelo Muñoz, está (¿está?), en manos de sus captores ¡desde junio de 2013, pronto hará cinco años!
Su nombre (no solo un nombre), se añade al de Efraín Segarra, el chofer; al de Javier Ortega, el periodista; al de Paúl Rivas, el fotógrafo. Cada historia es conmovedora. El domingo los vi fotografiados, sonrientes, ‘limpios’: ¡Dios mío, me dije, qué inmensa pena! Javier volvió de España para ser periodista entre nosotros… La mirada de Paúl se prolonga en su cámara y su rostro se asoma, sonriente, entre los que parecen, por brillantes, los zapatos de un grupo de militares en fila. Y don Efraín, ‘Segarrita’ se apoya en uno de sus muebles, ante muchas fotos familiares; cuentan que ama a los animales… Gente buena, los cuatro, no solo los tres. Gente nuestra. Nosotros.