Columnista invitado
Las cartas están echadas. El correísmo ha decidido jugarse por una profundización del viejo y trillado modelo de la partidocracia.
Por eso ha ungido a Jorge Glas como eventual sucesor de Correa. Del Estado como botín han pasado al Estado como hacienda: hay que preservar lo ganado durante estos años con audacia y cinismo. No habrá debate interno ni diversidad de opciones que pudieran poner en riesgo la supervivencia de la argolla, del círculo íntimo.
Del proyecto inicial de Alianza País únicamente queda una retórica cansina y desgastada. Participación ciudadana, poder popular, transformación social, etcétera, son meras expresiones carentes de sentido y trascendencia. Huecas. Sin embargo, hay que reconocer que todavía conservan cierta capacidad seductiva para los sectores populares.
Pero lo que realmente prima en la política práctica son los acostumbrados procedimientos y aspiraciones de la administración del Gobierno. Amarres, pactos de trastienda, intrigas palaciegas, reparto de cuotas y canonjías se han puesto a la orden del día. Son los nuevos y viejos grupos de poder los que, como siempre en nuestra historia, entrarán a definir las condiciones de la política nacional a futuro. Y, obviamente, todos lo harán a nombre del pueblo.
En realidad, poco hay de qué sorprenderse. No solo que nunca hubo condiciones para una revolución, como pomposamente los proclamaron los voluntariosos jerarcas verde-flex, sino que jamás lo quisieron. Todo sigue operando al tenor de la centenaria doctrina liberal: formalmente, cualquier grupo de la sociedad tiene pleno derecho a gobernar. Eso sí, dentro de parámetros y límites claramente establecidos y aceptados. Lo único que no se puede topar es el statu quo.
Por eso en 2016 asistiremos a la repetición de muchos libretos conocidos. Personajes de la antigua política se confundirán, en la próxima fanfarria electoral, con las fulgurantes estrellas del correísmo, cuya mayor virtud ha sido aprenderse el guión de memoria. Y con sobra de méritos. Si algo ha logrado el oficialismo es corregir y aumentar a límites inimaginables los vicios de la política ecuatoriana.
Así, la próxima contienda electoral se definirá por la capacidad de negociación reservada de aquellos grupos que tienen intereses concretos y particulares. Al menos así lo pretenden quienes creen tener la sartén por el mango. Quisieran que la democracia y la transparencia sean proscritas una vez más. Para ello cuentan con la venia del correísmo. A fin de cuentas, es parte de la comparsa.
Lo que quizás no han calculado estos astutos devotos de la componenda es que tarde o temprano estas lógicas salen a la luz pública. Entonces, la ciudadanía volverá a depositar sus esperanzas en una renovación radical de la política. Hasta la próxima vuelta.