Para quienes amamos al país hermano, ya sea porque nos acogió o tuvo un gran papel en nuestra formación profesional, o porque nuestras hijas/os llevan sangre azteca o simplemente porque en un viaje turístico experimentamos la calidez de ser bienvenidos en México, nos duele lo que está pasando.
¿Qué está pasando? Que en una década México se ha convertido en una de las regiones más violentas del mundo, que el área de frontera con los Estados Unidos es uno de los lugares más peligrosos para vivir, incluso visitar; que de aparecer como uno de los países latinoamericanos con los mayores índices de crecimiento y estabilidad económica ha pasado a ser considerado un Estado fallido.
Están pasando cosas como la que ha consternado al mundo luego de que 72 seres humanos, en la más vulnerable de las condiciones, han sido masacrados, y solo llegamos a saber de su miserable existencia y miserable muerte gracias a que el azar permitió a uno de ellos sobrevivir y contar su historia.
Algunos factores ayudan a este nivel de violencia y deterioro, entre ellos, la guerra de los carteles de la droga que enfrentan las dificultades de creciente competencia de drogas sintéticas, producidas en Asia y en el mismo México, que reemplazan al tráfico de cocaína.
La guerra entre carteles de la droga que antes se observaba en Colombia se trasladó a México a raíz del 11 de septiembre. Eso ha reducido el ingreso económico de quienes se repartían un gran pastel. El aparecimiento de grupos armados y de enorme violencia, que antes jugaban el papel de brazos armados de los carteles de Sinaloa o el Golfo, fue parte del cambio.
¿Cómo es que estos grupos vinculados al narcotráfico terminan masacrando a indefensos emigrantes? Estos grupos han decidido también pedir una cuota del enorme botín del tráfico de gente a través de México.
Su diversificación en el campo delictivo ahora incluye el secuestro y la extorsión a los coyotes y/o a las familias de los emigrantes. Si no se llega a un acuerdo, simplemente los desventurados encuentran una fosa común o terminan incinerados en algún rincón desértico de la frontera.
¿Quién reclama a un emigrante?, ¿qué derechos tiene? Un emigrante es oficialmente inexistente, se encuentra en tierra extraña en manos de gente con poco o ningún escrúpulo y en medio de una guerra.
Para la familia de los emigrantes centroamericanos o sudamericanos las interrogantes se amontonan y pocas tienen respuesta: ¿en qué parte del viaje se quedó?, ¿se perdió, naufragó o fue masacrado?
No hay mal que por bien no venga, decía mi abuela. ¿Será que esta masacre pondrá el dedo en la llaga de una lacerante verdad?