Por supuesto, hay virtual unanimidad -o casi- para rechazar la sublevación, insurrección, intento de golpe de Estado o como se llame lo del jueves 30-S. Fue, en síntesis, un lamentable error y exceso de la Policía -o parte de ella- con un resultado cruento, amargo, fuera de época, dañino para el interés y el buen nombre del Ecuador. Con dosis inesperadas -casi insólitas- de violencia para tratar, o maltratar, a un gobernante, quien esperaba y merecía todo lo contrario. Con gestos y reacciones que requieren de una investigación que explique el comportamiento sorpresivo de una institución importante y cuya calidad de trabajo se fundamenta en la disciplina. Sin olvidar -como telón de fondo- lo que pide el gobernante agraviado. La comprensión de que son más de 40 mil policías y la mayoría no estuvo en la asonada inicial y buena parte no pensó llegar a los extremos que se dieron en el transcurso de un día aciago.
Pero hay algo más. Una crítica severa a la imprudencia -por decir lo menos- de un Presidente con tan altas responsabilidades y que ingresó -sin ningún informe previo- a un local que era ya el centro de las protestas de un grupo sin rostro, que le recibió con un bombazo de gas. Luego, el Jefe -al entrar al Regimiento Quito pese a tal advertencia- dijo que estaba aplicando “su estilo”. No hay duda que la presencia presidencial cambió las circunstancias y, sobre todo, la dimensión del insuceso. Más aun cuando la información oficial fue subiendo de tono e informó -al país y al exterior- que se trataba de un episodio de inusitada gravedad. Nada menos que un intento de golpe de Estado, un secuestro al Presidente constitucional, un intento de magnicidio. El mundo recibió, pues, noticias espectaculares y negativas del Ecuador, con el añadido de la transmisión en vivo y en directo de un rescate nocturno que implicaba una confrontación militar-policial, en medio de una gigantesca balacera. Desde un hospital, con muertos y heridos, para que no falte nada. Un jueves tristemente inolvidable.
Los ecos siguen en forma de comentarios, discrepancias -¿fue o no realmente un golpe?-, investigaciones, detenciones, medidas iniciales, acusaciones políticas, todo con una dimensión que coincide con la magnitud que adquirió ese día. No faltan, felizmente, los gestos positivos, como la visita del Alto Mando militar a la jefatura policial. Hay opiniones sobre la conveniencia de una investigación a fondo y castigos, pero también sugerencias de que no se olviden de poner en la mira un proceso de reconciliación nacional y rectificaciones gubernamentales. En el sector político se agudiza el enfrentamiento Gobierno-oposición, como sucedió al reabrirse la Asamblea. Los acusados se defienden. El Gran Jefe, víctima de semejante jornada, ganó popularidad entre un 5 y 10 por ciento, según las encuestas. Más o menos igual a lo que perdió el país al reaparecer con imagen de golpista.