Seamos honestos: nadie sabe qué está sucediendo en la economía mundial hoy. La recuperación del colapso de 2008 ha sido inesperadamente lenta.
¿Estamos en el sendero hacia una salud plena, o atrapados en un “estancamiento secular”? ¿La globalización está llegando o se está yendo?
Los responsables de las políticas no saben qué hacer. Accionan las palancas habituales (y no tan habituales) y no pasa nada. Se suponía que el alivio cuantitativo iba a llevar la inflación “nuevamente al objetivo”. No fue así. Se suponía que la contracción fiscal iba a restablecer la confianza. No fue así. A comienzos de este mes, Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, ofreció un discurso titulado “El espectro del monetarismo”. Por supuesto, ¡se suponía que el monetarismo iba a salvarnos del espectro del keynesianismo!
Prácticamente sin herramientas macroeconómicas utilizables, la postura por omisión es la “reforma estructural”. Pero nadie se pone de acuerdo en lo que esto conlleva. Mientras tanto, líderes alocados agitan a los votantes descontentos. Las economías, parece ser, han logrado zafar del control de quienes supuestamente tenían que administrarlas, y la política está en una persecución implacable.
Antes de 2008, los expertos pensaban que tenían las cosas bajo control. Sí, había una burbuja en el mercado inmobiliario, pero no era peor, según dijo en 2005 la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, que “un bache bastante grande en el camino”.
¿Por qué no vieron la tormenta? Esta es exactamente la pregunta que la reina Isabel de Gran Bretaña le formuló a un grupo de economistas en 2008. La mayoría de ellos se retorcieron las manos. “Un fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante”.
Pero algunos economistas se inclinaron por un veredicto discordante -y mucho más condenatorio-, que se centraba en la manera deficiente en que se enseña la economía. A la mayoría de los estudiantes de economía no se les exige estudiar psicología, filosofía, historia o política. Se les sirven en bandeja modelos de la economía, basados en presunciones irreales, y se pone a prueba su competencia en la solución de ecuaciones matemáticas. Nunca se les ofrecen las herramientas mentales para entender el panorama completo.
Esto nos retrotrae a John Stuart Mill, el gran economista y filósofo del siglo XIX, que creía que nadie puede ser un buen economista si es simplemente un economista. Sin duda, la mayoría de las disciplinas académicas se han vuelto sumamente especializadas desde los tiempos de Mill; y, desde el colapso de la teología, ningún campo de estudio se ha propuesto entender la condición humana en su totalidad. Pero ninguna rama de la investigación humana se ha aislado tanto del todo -y de las otras ciencias sociales- como la economía.
Project Syndicate