En toda la economía global, el potencial relativo a la automatización aparenta ser enorme. La “Speedfactory” de Adidas en Bavaria empleará a 160 trabajadores para producir 500.000 pares de zapatos cada año, una tasa de productividad cinco veces más alta en comparación con las tasas en las fábricas típicas actuales. El British Retail Consortium estima que los empleos minoristas podrían caer de tres millones a 2,1 millones dentro del transcurso de diez años; y, solamente una pequeña fracción de dicha cantidad de empleos sería reemplazada por nuevos empleos en el comercio minorista en línea. Muchas empresas de servicios financieros ven el potencial de reducir los empleos de procesamiento de información a una pequeña fracción de los niveles actuales.
Y, sin embargo, a pesar de todo esto, el crecimiento medido de la productividad en las economías desarrolladas se ha desacelerado. Una posible explicación, recientemente considerada por Andrew Haldane, economista jefe del Banco de Inglaterra, es que mientras algunas empresas captan rápidamente las nuevas oportunidades, otras lo hacen sólo de manera lenta, produciendo una amplia dispersión de productividad, incluso dentro de un mismo sector. Pero, la dispersión por sí sola no puede explicar la desaceleración del crecimiento de la productividad: tal desaceleración requeriría de un aumento en el grado de dispersión.
Sin embargo, si uno se centra en cómo se aplica la tecnología a los empleos existentes, ello sería estar buscando en el lugar equivocado, ya que la clave de la paradoja de la productividad puede encontrarse en las actividades a las que se trasladan los trabajadores desplazados. David Graeber de la London School of Economics sostiene que hasta un 30% de toda la actividad laboral que se realiza se la lleva a cabo en “empleos inútiles”, mismos que son innecesarios para producir bienes y servicios verdaderamente valiosos, pero surgen de la competencia por el ingreso y el estatus.
Graeber, de manera práctica, ve al mundo desde la perspectiva de un antropólogo, no desde la de un economista. No obstante, su frase “empleos inútiles” y el hecho de que él centra su atención en los trabajadores desmotivados que realizan trabajos sin sentido pueden desviar la atención del cambio evolutivo esencial: los trabajadores de manera individual pueden considerar que muchos empleos son estimulantes y valiosos, mismos que en su conjunto no pueden contribuir al bienestar total.
Supongamos, por ejemplo, que usted se preocupa apasionadamente por los objetivos de una organización benéfica en particular, que usted tiene talento para recaudar fondos y que logró aumentar la cantidad de donaciones disponibles para dicha organización benéfica.
La interrogante económica de crucial importancia, por lo tanto, no es si los empleos de manera individual son “inútiles”, sino si ellos desempeñan cada vez más una función distributiva de suma cero,