En momentos de crisis severa, los regímenes populistas oscilan entre la demagogia más ridícula o la más torpe represión. Es Bucaram bajando el precio del gas mientras su gobierno se derrumbaba; o Gutiérrez trayendo matones a Quito antes de ser defenestrado.
Al parecer, el correísmo está alternando entre una y otra respuesta. Desde que las arcas fiscales empezaron a mostrar su indeseable fondo, la seguidilla de errores ha sido incontenible. Lo que los ecuatorianos nos preguntamos es cuánto tiempo aguantará esta política de palos de ciego antes de provocar serios trastornos.
Por ahora, el año empieza con malos presagios. Al momento de escribir estas líneas está pendiente la decisión de desalojar a la Conaie de su sede. Las posibilidades son múltiples, y todas ellas costosas para el Gobierno.
Puede darse un desalojo violento, con lo cual la careta de izquierda del Régimen terminaría por chamuscarse como en año viejo. Además, su imagen progresista internacional quedaría fatalmente lesionada.
Puede también producirse una habilidosa retractación, disimulada tras una bien calculada justificación. No obstante, dado el estilo pendenciero del correísmo, sería inevitable considerar tal reacción como un síntoma de debilidad. Inclusive si el desenlace llegara al sacrificio de alguna figura relevante del Gabinete.
O también el Gobierno podría optar por una dilación indefinida del desalojo, apostando a un paulatino debilitamiento de la resistencia indígena. Esta opción evidenciaría no solo flaqueza, sino imprudencia y precipitación en la decisión de exigir el desalojo. En cualquier caso, es evidente que el Gobierno se ha metido en un berenjenal explicable únicamente por los intereses que están de por medio.
En su próxima peregrinación a China el Presidente tendrá que ofrecer algo más que oraciones a cambio de milagros. No es difícil prever que las compensaciones exigidas por el Tío Chang apuntan a la obtención de ciertos recursos estratégicos. Y es justamente ahí donde los pueblos y nacionalidades indígenas se convierten en la piedra en el zapato para el entreguismo oficial. Casualmente petróleo, minerales, madera y agua están concentrados mayoritariamente en territorios indígenas.
Pero también los europeos entran en escena. El TLC que se acaba de acordar con la Unión Europea tiene condicionamientos que se relacionan con los territorios indígenas. Fundamentalmente la propiedad intelectual sobre la biodiversidad y sobre los conocimientos ancestrales. No es un misterio que los laboratorios farmacéuticos europeos constan entre las corporaciones más poderosas del planeta, ni que las estrategias del capitalismo global apuntan a las industrias del conocimiento.
Por eso el movimiento indígena se vuelve tan incómodo para el poder de turno.
Juan Cuvi / Columnista invitado