Sandra, colega profesora de una universidad de Quito, a propósito del artículo que publiqué en esta columna el 26 de enero pasado en el que me preguntaba sobre las reacciones de los estudiantes, sometidos a extremas presiones por la mal denominada “meritocracia”, respecto de la tempestad de denuncias de supuestos plagios y estafas académicas protagonizadas por conocidos personajes políticos, me escribió: “Querido Milton, como parte del trabajo que propongo a mis estudiantes en el área de lenguaje, les pedí que analicen tu texto “El plagio y los votos”. Y realmente las respuestas fueron terribles. La desazón de los estudiantes, que sienten que ya no son dueños de su vida, que no tienen la libertad para decidir su proyecto de vida, y la bronca contra un sistema que a diario contradice su discurso y comete atropellos, abusos y actos de corrupción. ¿Cómo motivar a los jóvenes a involucrarse en lo político, con todas estas muestras que más bien desprestigian el sistema democrático, que todos dicen defender?”.
“Sienten que ya no son dueños de su vida”. Qué conmovedora evidencia sobre los sentimientos de un ser humano que ve que “alguien” extraño decide qué y dónde va a estudiar y por supuesto qué y cómo va a ser su futuro. Tremenda constatación de la pérdida de libertad. ¿Quién es el dueño de su vida? Seguramente un tecnócrata de cuarta o el programa de una computadora pertenecientes a la dependencia estatal que “organiza” el acceso a las universidades. Inaceptable e inconstitucional intromisión en la intimidad de las personas. Atentado contra los DDHH.
“Bronca contra un sistema que a diario contradice su discurso”. En efecto uno de los estudiantes más moderados de la profesora Sandra en su informe de lectura manifiesta: “Mientras que muchas personas se esfuerzan por obtener un título de una manera limpia y honesta, otras se saltan el largo camino de la educación, obteniendo un título comprado, y las consecuencias son personas no aptas para un trabajo en general, y aun así, son consideradas mejores que las que obtuvieron su título de manera honesta”.
Esta generación de chicos y chicas acumulan desencanto y resentimiento ante un sistema que habla de ética y no la practica.
Y no solo eso, sino que ante tantas evidencias de corrupción, con arrogancia simula que no pasa nada.
No hay sanción ni rectificación peor disculpa. Por tanto, no debería extrañar que estos jóvenes asuman una postura de desprecio a los políticos y a la política en general.
Lo grave es que la despolitización le hace un flaco favor a la democracia.
Es el territorio más propicio para el despliegue de la apatía social y de la indiferencia política lo que facilita la proliferación de los caudillismos y mesianismos que crecen en el vacío dejado por anémicos movimientos y partidos.
Ojo, políticos honestos.