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Acepto los resultados de las elecciones. Pero siento que Bolsonaro representa el voto del miedo. ¿Por qué un país como el Brasil, lleno de posibilidades, vota a semejante líder? La respuesta me parece evidente: porque está harto de palabras y promesas que no se cumplen, de revoluciones fallidas, de líderes mesiánicos que acaban vendiendo la patria por un plato de lentejas, por la corrupción omnipresente, por los lavados de cerebro a golpe de sabatina, por tanta incoherencia a pesar del rollo izquierdista, por el empobrecimiento de tantos y el enriquecimiento de tan pocos,…
Bolsonaro es un voto reactivo, el voto de la decepción y de la ira. Con las cosas que dice (peor si las hace) Brasil entrará en la espiral del caos y los sueños poco a poco se apagarán. No son pocos los brasileños que recuerdan los años de la dictadura, cuando el planteamiento de la seguridad nacional se llevaba por delante vidas y haciendas. El miedo genera miedo y puede que algún día los extremos se toquen, se choquen y acaben odiándose tanto que un proyecto de patria grande se vuelva poco menos que imposible.
Lo que más me duele es que todos los pueblos llevan escondido un Bolsonaro en el bolsillo interior de su leva. Hace años, cuando había que defender la institucionalidad de nuestro país, despedazada por los mitineros de turno, dueños del poder y del micrófono, decía yo que, cuando Correa terminara su periplo, habría que volver a reinventarlo casi todo. Después de que “Ecuador ya cambió”, “la patria ya es de todos” y “el jaguar americano”,… después de tanto dinero botado, de tantas obras fallidas, de tanta corrupción y robo, de tanto huido al exterior, de tanto populista agazapado, de semejante ausencia de fiscalización y de tantos sueños rotos, la tentación de poner el país en manos del Bolsonaro de turno, puede asomar en cualquier momento.
Personas y pueblos aprendemos a golpe de dolores y fracasos. Es ley de vida. Pero malo sería que viviéramos sometidos a la dictadura del péndulo, sin aprender nada, sin nada prever ni soñar. El gobierno debe atajar semejantes tentaciones. Y para ello: hacer de una vez la cirugía mayor contra la corrupción, recuperar la institucionalidad perdida, sanear la judicatura y hacer justicia, promover una economía social y solidaria, generadora de empleo y capaz de promover a los pobres, meter mano en el tema educativo y defender los grandes valores de la dignidad humana, del bien común y de la ética política.
Ayer, en una pobre comunidad indígena de Chimborazo, un viejo catequista me decía: “Éramos pobres antes de Correa, fuimos pobres con él y seguimos siendo pobres. Usted sea buenito y ayúdenos con las plántulas para sembrar hortalizas”. De vuelta a Riobamba, en la panamericana, elevé mi corazón a Dios: “Señor, que no nos pille el miedo, que algo bueno sembremos en el corazón del pueblo”.