No quisiera ser reiterativo en lo sostenido desde hace más de ocho años, pero las circunstancias lo ameritan. Los tildados como parte de la larga noche neoliberal no estaban equivocados.
Con austeridad fiscal, con ahorros acumulados durante años de bonanza, habríamos podido enfrentar sin mayor problema los embates de la caída del precio del petróleo y los efectos del fortalecimiento del dólar. No es verdad que la educación, la salud o la obra vial no habrían mejorado, pues sin el despilfarro en gasto corriente o en subsidios favorables más a ricos que a pobres, habríamos podido lograr bastante más que lo realizado.
Así mismo, con menos dogmatismo y menos ideología obsoleta, habríamos tenido un socio fundamental, el sector privado nacional y extranjero, con el cual el crecimiento económico habría sido sustancialmente mayor y más sostenible. Tal vez el Gobierno tendría menos adláteres y fanáticos, pero el país se habría beneficiado mucho más.Hoy nos vemos abocados a una realidad distinta, en la cual el agua se va secando y las piedras empiezan a aparecer. Con bastante plata las ineficiencias se disimulan, la mala política económica se esconde, los interesados en la renta petrolera afloran y hasta las tesis socialistas ganan adeptos. Con recursos menos abundantes, los errores en la conducción económica empiezan a observarse y se decantan las secuelas de los excesos.
La situación de las cuentas externas y del Presupuesto del Estado, sin entrar en la discusión que el problema es más externo que fiscal, asunto muy inexacto que desconoce la vinculación entre ambos sectores, no puede ser resuelto ni con más impuestos ni con más restricciones para importar.
Deben atacarse los problemas de fondo, los desajustes estructurales que se han sembrado en estos ocho años. En caso contrario, luego de esos 15 meses que dicen que esperemos, estaremos viéndonos las caras y preguntándonos qué hacer. La economía ecuatoriana ha perdido confianza en el contexto externo. La inversión extranjera pudo haber financiado sin problemas la baja de ingresos petroleros. Líneas de crédito emergentes del FMI o del Banco Mundial, en condiciones financieras más adecuadas, pudieron haber cubierto parte de la necesidad de fondos. Exportaciones más dinámicas petroleras y no petroleras pudieron evitar desequilibrios externos si estas hubiesen recibido el estímulo de acuerdos internacionales de comercio con nuestros principales socios comerciales o si la producción petrolera hubiera crecido por la mayor inversión externa en esta actividad. Hoy, luego de tanta farra, ven pocas opciones que no sea más deuda pública.
Decir que si podríamos devaluar no fueran necesarias las salvaguardias, suena más a añorar las épocas en que la devaluación mermaba los salarios de la gente, anhelar los déficit fiscales cubiertos con depreciaciones cambiarias, altas inflaciones y elevadas tasas de interés. Menos mal que la dolarización les quitó estas armas.