En Argentina vuelven a sonar las cacerolas ante los intentos del Gobierno de introducir una reforma constitucional que permita a la actual Mandataria presentarse nuevamente a elecciones cuando fenezca el período para el cual fue reelegida, hace apenas un año. Sumado el primer mandato de su esposo, la familia Kirchner estará en el poder 12 años. Pero quieren más. En el Caribe, el Coronel golpista afirma que 1 000 plagas bíblicas azotarán los suelos llaneros si no gana las elecciones y debe abandonar el solio presidencial. No le ha bastado permanecer al mando del Gobierno por más de una década. Le resulta inaceptable la idea que la mayoría de venezolanos elijan otro gobernante. El señor Ortega apeló a un tribunal constitucional, sobre el que ejercía influencias, para que resuelva que impedirle presentarse a la reelección atentaba contra los derechos humanos del gobernante. Por supuesto que en todos estos casos los mandatarios hacen uso indiscriminado de los recursos estatales, gastando en propaganda bajo el pretexto que están informando de sus labores al pueblo, abusando del poder del que están investidos en desmedro de una verdadera democracia, en que todos los participantes deben tener exactamente las mismas oportunidades.
Se trata de una democracia adulterada. Bajo los distintos órganos gubernamentales ejercen cuanta presión está a su alcance en contra de diarios y canales de TV que no les son afines. Hostigan a los políticos que pueden convertirse en alternativas de poder; y, a aquellos que se encuentran ejerciendo cargos por designación popular se les escatima fondos, impidiéndoles que realicen una buena gestión que incremente su aceptación.
Por todas estas distorsiones las reelecciones infinitas son contrarias a un verdadero ejercicio democrático. No existe igualdad de oportunidades si los rivales deben competir con maquinarias electorales que funcionan aún al interior mismo de los órganos gubernamentales, si los presidentes-candidatos pueden estar sin límites en la retina del electorado a pretexto de informar de sus labores, mientras a sus oponentes les ponen todo tipo de cortapisas para impedir que asistan a un set de televisión o se realicen reportajes sobre sus propuestas.
Es la trampa perfecta. En países con democracias maduras la reelección indefinida no es aceptada. Aún en casos en que las autoridades con sobra de merecimientos por sus desempeños deben estar al frente de sus colectividades, la permanencia sin límites resulta nociva porque se convierten en el argumento perfecto que abre las puertas a aquellos que, sin convencimiento democrático, abusan de bienes públicos y echan a andar la maquinaria estatal para respaldar sus proyectos políticos individuales. Quizás en el fondo les aterra volver a su simple condición de ciudadanos, sin las prebendas del poder, a los que se les tomará cuentas.