Aplausos nocturnos a médicos y enfermeras, a bomberos y policías, a agricultores y la cadena de suministros alimenticios. ¿Y quienes aplauden a aquellos cantantes, actores, bailarines, cineastas, acróbatas, intérpretes, que desde sus casas nos han acompañado en nuestro confinamiento todos los días? Han entregado sus voces, su disciplina, su pasión, a cambio de nada. Nos han hecho soñar, sonreír, imaginar, tener esperanzas en un mundo mejor. Jorge Drexler no dejó de tocar en un teatro vacío, tras la cancelación de un concierto en Costa Rica; el Museo de Bellas Artes y el Malba de Buenos Aires han generado programas online extraordinarios; el Cineclubcito Boliviano y Onda Media de Chile nos ofrecen películas no para matar el tiempo sino para enriquecerlo. Y otros desde su soledad, artistas autónomos que han hecho lo propio a sabiendas de que son la parte más débil de estas sociedades basada en el capital puro y duro. Y siguen, a pesar de que intuyen que podrían desaparecer sin apoyo alguno, ni estatal ni privado.
Sin embargo, nadie, nadie puede frenar la cultura, ni este maldito virus, porque en las crisis, en todas, la cultura despierta intimidad, solidaridad, imaginación. Y debido a ello no es, no puede ser un producto desechable que se elimina del presupuesto general del Estado sin más. No puede ser una “mercancía de lujo” en la que no tiene cabida alguna ni un mísero plan de contingencia. La Ministra de Cultura de Alemania hace pocos días enfatizó que la cultura “no es un lujo decorativo” que requería de fondos emergentes y se le suministró lo solicitado.
Por otra parte, tampoco queremos convertir el talento en dinero. ¡m…! La cultura vale mucho no solo por su retorno en yuanes o dólares, vale por si misma, en su intrínseca intangibilidad, porque es parte de nuestro espíritu de libertad, antídoto contra el racismo, la desigualdad, la falta de respeto de políticos autoritarios y corruptos.
No queremos convertir el talento en dinero, cuyos proyectos se transformen en acciones productivas y se vuelvan parte del mercado. No queremos que sea un motor de desarrollo basado en el modelo capitalista global que todo lo deshumaniza y homogeniza. No queremos que se convierta en la cuarta economía, la que el BID sugestivamente ha tildado como “Economía naranja”. Pocas empresas de entretenimiento de masas lo harán exitosamente en términos monetarios, como Anima Estudios de México y su series de Netflix.
Pero…cómo diablos transformamos el arte en acción o la obra de teatro experimental de contenidos políticos cuestionadores del status quo, en industrias culturales que den retorno?
¡Estado ecuatoriano defienda al sector con acciones, planes a corto y mediano plazo, gestión de fondos alternos, creación de plataformas virtuales potentes y tantas otras posibilidades!