La migración es un tema recurrente en la agenda internacional y motivo de preocupación desde perspectivas contrapuestas, que generan un drama social inquietante, agravado por la crisis económica global. Se trata de un fenómeno histórico de larga data, cuyas causas se originaron en factores de carácter económico, político, religioso. Los pueblos de la antigüedad experimentaron flujos migratorios, tendencias hacia concentración urbana que en su época superaban el millón de habitantes, como Roma y Alejandría.
El medioevo, con las fracturas y dispersiones de las unidades políticas, representó más bien un retroceso en esta como en otras materias. La edad moderna y sobre todo la contemporánea han impulsado diversas modalidades de migración, en dimensión interna, continental e intercontinental. La primera aventura interoceánica se produjo en los siglos XV y XVI, en el asombroso período de los descubrimientos geográficos, con españoles y portugueses como pioneros del periplo europeo hacia tierras americanas. En el siglo XX las dos guerras mundiales generaron una enorme masa de desplazados y refugiados, que concitaron la atención de la comunidad internacional, ya que se trataba de millones de personas desarraigadas de sus países de origen. La Sociedad de las Naciones (1919), primero, y la Organización de las Naciones Unidas (1945), después, han desplegado esfuerzos encaminados a propiciar la protección de los refugiados. América ha sido la gran receptora de migraciones de diversas procedencias, a partir del siglo XIX hasta nuestros días, fenómeno perceptible sobre todo en Estados Unidos y países del cono sur.
El ecuatoriano no se había caracterizado por integrar levas numerosas de migrantes, hasta hace poco. A raíz del atraco bancario y los rigores de una crisis que se ha agudizado gradualmente, se ha producido una diáspora de elevado costo humano. Los desequilibrios que se expanden por todas las latitudes del planeta, con diversa intensidad en los grandes centros de poder, han afectado a nuestros compatriotas que emigraron con el sano propósito de construir un futuro de bienestar para su núcleo familiar. Al dolor íntimo del desarraigo, ahora añaden frustraciones, injusticias y carencias impredecibles, por una inicua reacción de algunos gobiernos y poblaciones locales. Como otros inmigrantes de nacionalidades diversas, especialmente los indocumentados son víctimas de actos de xenofobia, discriminación, privación de libertades y hasta despojo de bienes. La amenaza de deportación constante amedrenta y cohíbe.
Si bien es comprensible la dimensión de la crisis globalizada y las medidas de emergencia , el caso de los migrantes no deja de ser injusto porque no son precisamente una carga para la sociedad sino que contribuyen con su esfuerzo al desarrollo de los países de acogida y comparten las inclemencias de esta coyuntura.