Columnista invitado
Todosdebemos preguntarnos qué corresponde hacer, a cada quien, en la complicada situación que vivimos y que se agravará con el paso de los días. Sin entrar a analizar si lo que se hizo estuvo bien o mal, nos mal acostumbramos a que el dinero circulara profusamente, activando la economía, impulsando el consumo de todo tipo, de lo bueno y de lo no tanto, estimulando las más diversas actividades. Ese monto inmenso de dinero circulando llegó a los bancos, que prestaban
con generosidad, lo que a su vez aumentaba el consumo y las importaciones.
Este exceso de dinero –de atención a las mayorías olvidadas como lo llama el Gobierno, de dispendio, como dicen otros; de falta de previsión, sin duda–, significó una creciente participación estatal en la economía, que ha pasado del 21% al 44% en los últimos ocho años. Cuando la economía tiene una participación tan alta del sector público, cualquier estornudo le afecta, más si no existe ninguna reserva acumulada. Y cuando el estornudo es una disminución del precio del petróleo
a menos de la mitad de los últimos años,
el resfrío es inevitable.
Para que el resfrío no se convierta en neumonía hay que tomar acciones, empezando por reconocer la magnitud del problema. No avanzamos en la solución si creemos que estamos preparados para un barril de USD 20 o que lo peor ha pasado. No es posible mantener el gasto público en ese nivel. Su restricción es inevitable y mientras más consciente y ordenada sea, tendrá menor impacto. Pretender que con endeudamiento podemos mantener el mismo ritmo solo potencia el problema.
Toda restricción tiene costos sociales y políticos. No hacerlo a tiempo profundizará sus efectos a mediano plazo. La economía no soportará el efecto de ampliar el problema, que eso será aumentar el endeudamiento caro y de corto plazo, el compromiso creciente para su pago con las exportaciones petroleras y el destino improductivo, desde el punto de vista económico y también social, de recursos que se desperdician y despilfarran, con la idea de que así se pasa el bache, porque no es bache lo que tiene la economía, es algo más profundo.
Una dosis de humildad es indispensable. Austeridad, en el más amplio y serio sentido de la palabra. De todos. Del sector público y del privado. Responsabilidad, de todos también. Buen espíritu y producción. Sin preguntar de quién es la mayor culpa, que todos la tenemos. Sin esfuerzo conjunto no saldremos del problema.
Mientras más poder concentrado existe, más proclividad hay para la obsecuencia, lo que obnubila. Pero hay que esperar que, casa adentro, alguien –un verdadero amigo- diga las cosas con la claridad y dureza que son necesarias. No hay que llegar a la situación de decir, con Cicerón, citado por Santiago Posteguillo en su ‘Legiones Malditas’, “que aquel cuyos oídos están tan cerrados a la verdad hasta el punto que no puede escucharla de boca de un amigo, puede darse por perdido”.