La victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos debe ser materia de estudio para los candidatos ecuatorianos y sus equipos. Los estrategas estudian medios, redes, estrategias, mensajes, ideologías, tendencias, pero no estudian dos claves del propio candidato.
La primera clave es decir la verdad, sin ambages; los críticos pueden tildarle de misógino, xenófobo y racista, pero los electores conocen al candidato. La segunda es explicar las medidas que adoptará para solucionar los problemas de la gente. Kamala tenía la sonrisa del mejor candidato, pero no comunicó su programa. Trump con su cara malhumorada sintonizaba mejor con el electorado.
Trump ofreció bajar impuestos a contribuyentes y empresas, atraer capitales, imponer aranceles a las importaciones para proteger la industria nacional, crear empleo y generar riqueza; son recetas de derecha y nuestros candidatos tienen vergüenza de ser de derecha.
Nuestro candidato presidente seguramente sufrirá, como Kamala, la contradicción entre promesas electorales y realidades gubernamentales. Sus estrategas enfrentan el imposible desafío de ofrecer eficacia siendo ineficaz, ofrecer transparencia viviendo de relatos, ofrecer luz estando en tinieblas.
La candidata del socialismo, esperanzada en la caída de su adversario, sufre los embates de la realidad. El techo de su candidatura se mantiene firme en la medida en que se consolidan las evidencias de corrupción de los exmandatarios, de sus líderes, de sus estrategas, de los controladores que en el gobierno de la revolución ciudadana se dedicaron a chantajear y robar.
Necesitamos un candidato que diga la verdad, que prometa obras, empleo, seguridad para los capitales, que ofrezca cortar la mano a los ladrones, despedir a los vagos, cobrar los impuestos a los evasores, que abra el país a la inversión en energía, en petróleo, en minería, en agricultura. Cuando empiece la campaña quizá aparezca el candidato que entendió la victoria de Trump.