El ajedrez es un juego ciencia. La teoría de la guerra se aplica con paciencia y distintas tácticas que suponen trazados inteligentes, con varias jugadas de adelanto y análisis situacional que requiere de un minucioso dominio de los 64 escaques del tablero, el potencial de ataque y defensa de cada pieza y proyección en función de las posibilidades del enemigo.
Grandes estrategas de la política y la guerra, lo han practicado y han sacado lecciones. No se sabe si Donald Trump ha sido amante de este juego. Todo parece indicar que el factor sorpresa, la audacia, la suerte y la apuesta fuerte han sido sus bazas claves para procurar una gran fortuna, que le otorgó popularidad que le llevó primero a una inesperada nominación por el Partido Republicano y luego a la Casa Blanca.
Discursos arrogantes, el tono de desprecio por los diferentes y sus desplantes atrevidos se volvieron huella de su vida y ahora marcan sus primeros pasos al mando de la nación. Las encuestas le estaban jugando una mala pasada y entonces las promesas de una nueva puesta en escena de EE.UU. en el escenario mundial, al más puro estilo del gran gendarme de la seguridad universal, salieron como ases de la manga del mago.
La incursión en Siria, con un bombardeo de alto calibre; el lanzamiento de una bomba de gran poder en Afganistán contra el Estado Islámico, anuncian que Trump quiere dar protagonismo a EE.UU. y en el primer golpe de mano lo consiguió.
Pero la geopolítica parece bastante más compleja que el oportunismo y el efectismo de las arengas guerreristas y las maniobras populistas. Atrás del golpe a Siria vigila receloso Putin – Rusia es proveedor de armas del dictador civil-, frunce el ceño Irán y su teocracia. Más lejos, Corea del Norte y su Régimen totalitario, luego de las muestras de arrogancia bélica despliega su audacia asentada en un gran arsenal nuclear.
Nunca se debe dar un jaque sin un plan; a la vuelta de unas jugadas puede resultar en una patada fatal al tablero del mapamundi.