En los años sesenta del siglo XX se generalizó una preocupación por la justicia social. Por un lado, la acción político-ideológica del socialismo había logrado impulsar la idea de que esa justicia se lograría mediante la organización popular y la revolución. Por otro, en las filas del catolicismo tradicional se proclamaba la aplicación de la doctrina social de la Iglesia.
Un resultado de la preocupación por lo social fue la creación de las primeras carreras universitarias de “Trabajo social”, una profesión nueva, fundamentalmente dedicada a mujeres que cumplirían tareas de apoyo en instituciones públicas y privadas. Lo que antes había sido una labor oficiosa de personas comedidas, enfermeras, maestras, monjas o jefes de oficina, pasó a ser una tarea especializada de personas con estudios de tres o cuatro años en unidades académicas o escuelas universitarias.
Una persona clave en esos innovadores inicios del trabajo social especializado fue doña Argentina Mora de Prado, que hace muy pocos días falleció, a los 97 años de edad, al cabo de una larga vida, llena de realizaciones.
Nació en Quito a inicios de los años treinta. A los pocos días fue llevada a Loja, la provincia de origen de su padre, un sui géneris oficial del Ejército que dedicó buena parte de su vida militar a las publicaciones históricas y a obras de promoción de la cultura castrense. En Loja, la joven Argentina demostró muy temprano interés por actividades sociales y culturales. Ingreso en el tradicional colegio “Bernardo Valdivieso” y allí publicó una revista. También en esos tiempo se inscribió en la Acción Católica Estudiantil del Loja.
En plena juventud, luego del fallecimiento de su madre, se trasladó a Quito e ingresó en la Universidad Central. Pero sus planes cambiaron.
Isabel Robalino, con quien había contactado en la Acción Católica, alentó su vocación de servicio a la sociedad. Viajó a Chile para estudiar Trabajo Social. A su regreso fundó con Isabel Robalino la Escuela de Trabajo Social adscrita a la Universidad Católica del Ecuador. Desde el inicio fue profesora de las materias que eran eje central de la carrera.
Sobre todo, aportó mucho en lo que entonces se concebía como “trabajo social de comunidad”.
Se casó con el destacado médico José Gabriel Prado y tuvo una extensa familia. Además de la docencia, cumplió varias funciones públicas, como Directora de Hogares de Protección del Ministerio de Previsión Social. Planificó el “Hogar la Esperanza”, para ancianos de las Fuerzas Armadas, en Sangolquí.
Luego de su retiro, a lo largo de los últimos años, se mantuvo activa en la lectura y actualización de conocimientos. Sus ex alumnas la visitaban con frecuencia en busca de consejo y orientación. Tenía mucho que aportar. Al fin y cabo, fue pionera del trabajo social profesional en el Ecuador.