Y así en un domingo cualquiera me di cuenta de que esta ciudad cambió, se desmarcó de su tradicional parroquialismo y se transformó en una capital un poco más parecida a las grandes ciudades del mundo. Si no confían en la palabra de esta representante de la prensa corrupta, hagan la prueba.
Lo único que se necesita es una bicicleta. No hace falta que no tengan una entre sus haberes para declarar al SRI. Existen varios establecimientos en donde se las puede arrendar, o si es que se aventura a un trámite un poco más burocrático -fetiche de papeleta de votación en mano- siempre está la opción de las biciQ en varios puntos.
Luego viene lo bueno. Algo tan simple como dejarse rodar por la capital, y sentir el privilegio único que significa tener una de las vías principales de una ciudad, abierta exclusivamente para los ciclistas.
Se siente una emoción especial, un espíritu de cuerpo construido desde motivaciones adecuadas, el pedalear por la ciudad junto a miles de otros ciudadanos que van sin mayor prisa y hacen exactamente lo mismo que uno: sorprenderse, unos más y otros menos, con la perspectiva distinta que trae recorrer Quito de este modo, sentir el viento correr, acalorarse con el sol ecuatorial y pararse a observar cómo el turista accidental, cualquiera de las atracciones al paso. La música en el parque de La Alameda, o el payaso con los chistes pasados de tono que entretiene a una pequeña multitud.
La ruta estaría incompleta si no se llega hasta las callecitas del Centro Histórico. Si, como yo, nunca se enteraron por ejemplo que el festival de jazz del Teatro Sucre se tomó la Plaza del Teatro, se llevarán una sorpresa maravillosa. Ver un espacio público como ese copado de gente diversa, turista y local, llevada por la emoción de los acordes del jazz en pleno mediodía de domingo, le da al aire quiteño una vibra distinta.
Entonces uno empieza a olvidarse que vive en esta exfranciscana ciudad y empieza a sentir que algo de comunidad cosmopolita empieza a colarse por las callecitas y las plazas, quizás gracias a una mejor política de aprovechamiento del espacio público que nos deja la administración municipal saliente.
En mi caso, el paseo tenía como destino la muestra de Estuardo Maldonado en el Centro Cultural Metropolitano.
El arte cinético de Maldonado con su cambio constante, fue quizá la mejor metáfora para graficar la sensación del paso en bicicleta por la ciudad que se transforma, la combinación perfecta para sentir la cuarta dimensión en Quito, el movimiento y su dinamia.
Saber que a pesar de que a momentos sintamos que seguimos estancados en el tiempo, este no transcurre en vano y deja huella.
Esta ciudad ha cambiado y mucho. Descúbralo en un domingo cualquiera.