El resultado de la elección efectuada el domingo pasado en Venezuela, me hizo recordar los versos del pasillo Dolencias. Su letra calza de manera casi perfecta al suceso político venezolano. Dice, un estribillo de la canción: “Nadie se admire que yo vuelvo a recoger mi prenda / dueño soy, puedo quitarla a cualquiera que la tenga”.
El pueblo venezolano, superando la campaña atroz de intimidación y miedo, supo expresar el rechazo a un modelo político que lo ha llevado a extremos tan increíbles, como tener que hacer colas de cientos de metros para adquirir alimentos, medicinas y otros bienes de primera necesidad.
Los votantes decidieron “recoger su prenda”, esto es, su libertad. Le dijeron a un Maduro (que no hace honor a su apellido), que actúe pensando en la República, y no sembrando el caos y el enfrentamiento. Le retiraron la confianza a que continúe destrozando una nación repleta de un recurso natural no renovable como es el petróleo, pésimamente administrado por el Presidente. Gritaron basta a la camarilla del gobernante. En adelante deberá actuar como demócrata (cosa casi imposible para él), y no como dueño de un territorio que pertenece a millones de venezolanos.
La avalancha de votos en favor de los candidatos a diputados pertenecientes a la Mesa de la Unidad Democrática (oposición) impidió que se fragüe un fraude a la voluntad de la mayoría de venezolanos. Tan impresionantefue el rechazo al gobernante, que hasta los militares tuvieron que actuar como jueces y respaldar lo dicho en las urnas. En vez de aceptar democráticamente la derrota, los dirigentes de esa entelequia llamada ‘socialismo del siglo XXI’ culparon de su fracaso a la “guerra de las fuerzas capitalistas”. En Argentina, hace dos semanas, el proyecto kirchnerista también abortó ante la implacable decisión del gran pueblo argentino.
Ahora se verá cuán apto para gobernar está Maduro. Venezuela es un país sin los ingresos necesarios para atender a una población a la que se acostumbró a recibir, y no a emprender, ya que las condiciones económicas para ello fueron desterradas por el Presidente, quien ha demostrado su gran incapacidad para dirigir la nación. El pueblo se obnubiló por frases bonitas, ataques a grupos económicos, subsidios. Todo eso se acabó, y hoy enfrenta una vida dura, en que no hay trabajo, alimentos, seguridad, libertades.
El pasillo Dolencias también expresa: “La tierra se desmorona y el calicanto falsea”. Nadie puede discutir que estas corrientes políticas (que en la década de los años sesenta del siglo pasado hubieran sido calificadas de ‘nuevaoleras’), no son más que una obra de mampostería que, a medida que pasan los días, van perdiendo resistencia y firmeza. Se están desmoronando.
El tiempo hace que el sentido común vuelva a prevalecer.
portiz@elcomercio.org