Se vuelve virus el revertir las medidas represivas en burla y desprecio, fue notorio con Guevara o Bonil, con los gestos de la mano indicando rechazo o contestación social y lo es ahora con Jiménez, Figueroa y Villavicencio. El dedo índice se vuelve popular, tiene varias grafías, está en camisetas, circula en Internet, alimenta sonrisas y conversaciones con propios y extraños. Lo condenado se convierte en prueba de absurdo y sarcasmo; más que sensato discurso político carcome legitimidades.
La amenaza gubernamental ya es más bien pretexto para la afirmación de la contestación y menos su freno. Más el poder buscará sancionar o tapar algo, más eso se volverá visible y rechazable; prueba de la erosión de la legitimidad inicial de Correa.
Pérdida del miedo que da sentido a la palabra resistencia convertida en programa. Son indicios que la contestación ya es legítima y adquiere títulos de ética a defender.
Sobre los tres recién condenados, los contestatarios argumentan que recogerán USD 140 000 del pueblo para pagar lo que la condena ha impuesto, y “será dinero para el presidente.. a que la riqueza le ayude y le quite preocupaciones.. el dinero es su Estar Bien, Sumak Kausay”. La condena jurídica así adquiere otras connotaciones, sirve a la contestación, legitima su causa y crea mártires que se agigantan en las mentes contestatarias.
En esta columna, desde hace años insistimos que un sistema tan vertical, de concentración del poder y de propaganda, llevaría a esta situación. Y los cambios en curso no justifican este sistema. Cuando pesaba ese halo de que la palabra presidencial era proyecto y vago nexo con una sociedad esperada, su palabra valía, sus amenazas también, pero cuando los hechos se contradicen con la palabra o verdades de papel ya no son tan creíbles.
Al volver corriente la burla a palabras y decisiones gubernamentales por injustas o simple imposición del poder, es que ha pasado a otra etapa, ya no pesa tanto su palabra ni las amenazas, tampoco la coerción o la sanción aunque se las multiplique. Al contrario, serán aún más objeto de sátira y desaire, esas sutiles maneras de revertir la imposición en un desafío al poder y en devaluar el abuso, porque el poder sigue demostrando el absurdo de la imposición cuando el mal está en sus actos y decisiones.
Para resolver esto podría incrementar la represión, una dinámica antidemocrática (a imagen de Venezuela) con altísimos riesgos sociales y políticos. La otra salida es democrática si cambia sus procedimientos, aprende que el poder no es su propiedad y es temporal. Más vale asumir las instituciones, esas reglas del juego que también limitan al contendor y no hacen de la sociedad una cabeza vacía a llenar de propaganda. Sembrar ideas y programas que se dicen en hechos y actitudes, porque actúan con la sociedad, logra más continuidad de políticas, el resto es valorizar los egos, temer la competencia y olvidar un país acostumbrado al pluralismo.