Columnista invitado
Un desequilibrio fiscal como el que dejará el año 2015, esto es, superior a los USD 3 mil millones y equivalente a cerca de 3% del PIB, significa que el Gobierno no encontró todo el financiamiento necesario para atender todo el gasto planeado, con lo cual simplemente dejará de gastar esa cantidad, reducción que seguramente recaerá en el gasto de capital o de inversión.
Este desbalance es el resultante de una deficiencia de ingresos frente a los gastos previstos más la diferencia entre el financiamiento concretado frente al que no se logró levantar. En palabras sencillas, significa deuda que no consiguieron para todo lo que tenían que pagar. El presupuesto estatal 2016 pinta con un desequilibrio igual o mayor al del presente año, pues con mayores niveles de riesgo país es más difícil encontrar todo el financiamiento necesario. Asimismo, asoma como excesivamente optimista la recaudación tributaria en un año que probablemente decrezca la economía y sin recaudaciones extraordinarias como las derivadas de la amnistía tributaria.
Por otra parte, se tiene un déficit comercial; es decir, un desbalance entre lo que se exporta y lo que se importa, bajos volúmenes de inversión extranjera, remesas que han caído frente a años anteriores y salida de capitales, todo lo cual ha obligado a que la deuda externa sea la que trate de cerrar esa deficiencia de liquidez.
En el caso hipotético de contar con dinero y moneda propia, conociendo sobre todo la falta de prudencia y disciplina en el manejo de los recursos fiscales por parte de este gobierno, habría dado lugar a que se use la devaluación y la impresión de billetes como la inmediata reacción ante esa falta de liquidez en dólares.
Devaluando le habrían entregado más “sucres” por dólar al presupuesto del Estado y, por último, habrían impreso más billetes. El resultado no se habría hecho esperar, la inflación se habría disparado, si querían evitar que las tasas de interés suban, el crédito se habría cerrado totalmente, los salarios se habrían depreciado y el poder adquisitivo de las personas se habría erosionado, con lo cual el riesgo país sería aún más alto que el actual y la inversión extranjera sería también más reducida.
En otras palabras, significa que la deficiencia de dólares habría sido cubierta con más moneda nacional en un ambiente de total inestabilidad macroeconómica. En resumen, el remedio podría haber sido peor que la enfermedad. Por esta y muchas otras razones, hay que dar gracias al destino que no dispongan esa arma peligrosa que es tener moneda extranjera, buena para los ordenados pero un arma mortal para los dispendiosos.
Más vale que defiendan el sistema cambiario. Como dije, recesión con dólares es preferible que sin dólares. El dólar para estos momentos, lejos de ser una restricción, puede actuar como una boya de salvación de los salarios, el crédito y la propia estabilidad. Los pobres son los más agradecidos con el dólar; mucho cuidado.