Nadie parece muy seguro de nada por estos días. Los voceros de Alianza País, tan locuaces en otro tiempo, están ahora silenciosos, no parecen tener seguridad acerca del curso de los asuntos públicos. Los partidos opositores no aparecen, dejan pasar contradicciones y dubitaciones sin ningún comentario. La revolución se ha convertido en rutina.
Después del 23F nada es lo mismo. Cuando las explicaciones habituales resultan insuficientes hay que apelar a metáforas para buscar interpretaciones más convincentes de la realidad. Una comparación apropiada podría ser con la Escolástica. Era la doctrina filosófico- teológica dominante del pensamiento medieval y se caracterizaba por la subordinación de la razón a la fe y el uso generalizado del argumento de autoridad. Todo el sistema se cayó cuando cayeron los dogmas en los que se sustentaba. Alianza País perdió tres dogmas que le daban sentido y certezas: el dogma de la inmaculada concepción de la Constitución, el dogma de la infalibilidad del líder del movimiento y el dogma de que no hay salvación sin disciplina.
La Constitución, generosa en garantías y poética en su lenguaje, tenía para los devotos de Alianza País un carácter sagrado. La inmaculada concepción de la Constitución de Montecristi ya no es creíble después de tantas violaciones, después de las reformas, las interpretaciones y la declaración oficial de que no está escrita en piedra y contiene barbaridades. El carácter sacro que tuvo alguna vez ha dado paso a la visión irreverente de unos reformadores que quieren reformarla en su beneficio.
El dogma de la infalibilidad del líder del movimiento, que era tan importante cuando todos se sentían amparados por la certeza de que “todo le salía bien”, no es creíble después de tantos giros de 180 grados en las verdades oficiales. De la conservación a la explotación del Yasuní, de la expulsión a la reconciliación con los organismos multilaterales, de la hostilidad a la negociación con la Unión Europea, de la instauración a la negación del derecho a la resistencia y tantos otros que resultan difíciles de creer y peor defender. Los creyentes más fervorosos en la infalibilidad son ahora devotos del silencio.
La salvación por la disciplina parecía convincente cuando todos tenían mandatos claros y trato igualitario. El que tenía agenda propia, afuera. El que tenía pensamientos no oficiales, condena al silencio. El que no acataba las decisiones del partido, expulsado. Ya no son virtuosos los disciplinados sino borregos, ya no es firme la disciplina. Los disidentes de Cuenca son expulsados pero no los de Portoviejo o los del cantón Buena Fe.
La caída de los dogmas siembra dudas. Y hay otro argumento de autoridad que ha cambiado, ese que decía: el que tiene los votos manda. Son los alcaldes quienes tienen los votos y son de oposición en las principales ciudades.