El proceso electoral del Ecuador debe ser considerado un suceso excepcional a nivel mundial. Es similar, para ensayar comparaciones, con el descubrimiento de las Islas Encantadas por Fray Luis de Berlanga, la construcción del ferrocarril en la Nariz del Diablo o a la muerte del solitario George. Tan insólito, que sería justo incorporarlo como un anexo al discurso que pronunció Gabriel García Márquez cuando recibió el Premio Nobel de Literatura.
Hay que admitir que la historia electoral nacional no ha sido pura y muchas veces poco democrática; sin embargo, aplicar un método de reparto de escaños que favorece a las mayorías y hacerlo simultáneamente con el sistema de distritos en las más grandes provincias implica – hay que reconocerlo- una creación e imaginación propia del algún nuevo siglo de las luces.
Los expertos en materia electoral explican que los sistemas electorales se definen por el tipo de relación entre sufragantes y la repartición de escaños en las contiendas pluripersonales. Hay varios métodos, todos perfeccionables y sujetos cambios en la historia de los procesos; pero el de D’Hondt se caracteriza por favorecer a las mayorías, sin afectar la proporcionalidad que exige la democracia. Por ende, su aplicación se realiza en países donde prima el bipartidismo o se pretende alcanzarlo por la evolución de la sociedad. Por el contrario, resulta muy cuestionable en sociedades donde la fragmentación política y partidaria es la que prevalece, pues se vuelve excluyente de los actores minoritarios. El método no es negativo, pero la combinación con las circunscripciones o distritos es perversa y favorece a quienes ejercen el poder y al mismo tiempo son una opción electoral inmediata. Por eso, es evidente que la estrategia – D’Hondt y distritos- responde a una agenda política y geográfica debidamente calculada.
En el Ecuador, esta metodología aplicada a las provincias pequeñas dará lugar a que la mayoría arrase con los escaños disponibles; por eso, si se hubiese aplicando en las pasadas elecciones legislativas, el partido oficialista habría alcanzado ocho o nueve curules adicionales. En esta oportunidad, hay que agregar otra argucia en cuanto a las circunscripciones, pues se da una radical diferencia entre Guayas y Pichincha. Mientras que en la primera, gracias a la fuerza política de la Alcaldía de Guayaquil, la línea distrital mantiene una continuidad geográfica, en la provincia de la capital, donde no existe una fuerza similar, se la rompe con el cinturón de las parroquias que no forman parte del Distrito Metropolitano y están a merced de la generosidad oficial. Esta fue la causa por la que el PSC abandonó su inicial posición de rechazar la adjudicación de nuevos escaños para Quito y aseguró la continuidad en su cancha. Hay que concluir que, a pesar del cierre de los casinos, el póker político, con todas sus artimañas, está en pleno auge.