El zarpazo del coronavirus ha posicionado un lenguaje nuevo. Términos y expresiones, desconocidas o re definidas. Unas complejas con sello técnico: virulencia, intensivistas, asintomáticos, cepas, mutaciones. Otras prestadas de esferas distintas: inmunidad, confinamiento, protocolo, vulnerabilidad, letalidad. Algunas re significadas y con carga simbólica: aplanar la curva, portadores sospechosos, contagio comunitario, fallecidos probables. Las formulaciones han pasado de boca en boca, de pantalla en pantalla. Ya son de todos.
Una de estas expresiones más difundidas es “distanciamiento social”. La primera vez que escuché pensé que se refería a la inconmensurable lejanía entre grupos humanos, la insólita variedad de estrategias de sobrevivencia, la falta de interacción, el rechazo entre colectivos. Pero no. La distancia social apareció como revelación y novedad. Como si antes hubiera primado la cercanía social. Como si hubiera prevalecido la proximidad… Suena a cinismo.
La expresión “distanciamiento social”, emerge con un significado cruel y simple: distancia de 2 metros entre seres humanos, suficientes para no contagiar ni contagiarse. Se prohíbe dar la mano, abrazarse, besarse, tocarse. Para muchos, en otros continentes, tal vez no sea tan complicado. Para los latinos genera un vacío difícil de llenar. ¿Dónde ponemos tanto afecto acumulado? Las palabras y los chats no alcanzan.
Una idea de circulación profusa es que el virus nos ha igualado, que todos somos iguales al fin. No respeta, se dice, condición socioeconómica, sexo, raza, cultura, edad, residencia. Ataca por igual a políticos y empresarios, millonarios e informales, futbolistas y soldados, curas y doctores. Hombres y mujeres. Jóvenes y viejos. Todos vulnerables. Todos en riesgo. Todos asomados a la misma muerte.
Pero la tozuda realidad nos dice otra cosa. Las inequidades más bien han quedado desnudadas y nos abofetean en la cara. La forma como afrontan la cuarentena ricos, medios y pobres. La manera como resuelven el trabajo, los ingresos y el transporte. El modo como tramitan fallecimientos y entierros. La mentada igualación suena más a propaganda y buenos deseos. Los 2 metros ocultan un distanciamiento más hondo y doloroso.
Con ocasión del distanciamiento social, circulan al menos dos apuestas de futuro. Una que afirma que el porvenir vendrá con modelos más igualitarios, más incluyentes, con menos distancias. Y la segunda que intuye un futuro con mayores concentraciones de riqueza y poder, con vigilancia y rastreos tecnológicamente sofisticados. Con peligrosas inclinaciones al totalitarismo.
Solo queda esperar que el distanciamiento social -el de 2 metros y el estructural- no se naturalice. Que solo nos separemos temporalmente y por prevención. Que el distanciamiento no se convierta en abismo insondable.