No cabe duda de que lo que ocurre en Venezuela es un golpe de Estado. Y no solamente eso, sino un golpe de Estado orquestado y planificado desde el exterior, por oscuros intereses económicos, por potencias hegemónicas que buscan desestabilizar la región por medio de consignas de ciertos grupos, así como por infiltrados y provocaciones. Advierto de forma expresa y enérgica – y no me va a temblar la mano- que no vamos a tolerar ninguna manifestación no permitida por las autoridades (es decir, por mí mismo), que no nos vamos a responsabilizar por la suerte de aquellos ciudadanos que, víctimas de balas perdidas o de accidentes domésticos, pudieran fallecer (es peligroso e inconveniente salir a manifestar). Tampoco vamos a dejarnos engañar o manipular por novedosas y extrañas teorías sobre los derechos humanos y cosas de esa naturaleza. Es claro que los organismos internacionales de los llamados derechos humanos responden a expresas instrucciones políticas del exterior, que son financiados por capitales producto de la actividad mercantil transnacional y que sus funcionarios son fácilmente manipulables y que suelen estar mal asesorados. No consentiré, mientras corra sangre por mis venas, en la perniciosa injerencia externa de institutos, comisiones, cortes, instituciones o tribunales de fuera de nuestras fronteras patrias que pretendan – como en efecto pretenden- mancillar nuestra soberanía. Nuestros problemas se arreglan casa adentro.
Aclaro que lo que han hecho las fuerzas del orden, obligadas por las circunstancias y muy a su pesar, es defenderse y defender a la revolución, con el fin de evitar caer en la anarquía. Sin embargo, y de acuerdo con mis más estrictas órdenes, la fuerza pública frenará y repelerá cualquier intento o atisbo de desbarajuste, cualquier intento de los ciudadanos de sembrar el caos y servir, a sabiendas o no, de agentes de potencias extranjeras que intentan debilitar a los gobiernos progresistas de la región. [Señor editor, por favor insertar música de Mercedes Sosa] Está demostrado históricamente que los excesos de la libertad siempre degeneran en libertinaje y eso el pueblo no lo puede tolerar. Está bien que los ciudadanos tengan su propia opinión, pero otra muy distinta es que se pueda discutir los postulados del poder. La política debe ser como la religión: lo que se diga desde arriba tiene que ser más sagrado que el mismísimo evangelio, más incuestionable que lo que está escrito en piedra, más sagrado que lo que se supone que dijo el Libertador Simón Bolívar. El ciudadano, entonces, estará autorizado a tener sus propias opiniones e incluso su propia vida, siempre y cuando no sean perturbadoras de lo establecido, confabulatorias y tendientes al magnicidio. Estaremos muy atentos a cualquier provocación que no provenga de nuestras filas y no nos hacemos responsables por heridas accidentales, fallecimientos fortuitos o por encuentros casuales con nuestros guardias.