Un observador imparcial podría concluir, después de escuchar las interminables peroratas del presidente Correa, que el lenguaje presidencial se caracteriza por la precipitación y la imprecisión, así como por el incorregible uso de improperios y agravios.
El recurso de Correa a los insultos ya ha sido condenado dentro y fuera del país. Pero la creatividad presidencial en este campo es inagotable, como lo demostró en su última sabatina al ofender a una dama periodista calificándola de “carroña”.
El invencible e inacabable uso de la palabra y su vanidosa pretensión de saberlo todo, llevan a Correa a pronunciamientos que, con frecuencia, dan lugar a aclaraciones oficiales que complican más las cosas. Esto me indujo, hace algún tiempo, a sugerir que cuando Correa hable, lo haga acompañado de una traducción simultánea. Claro que podría ocurrir lo que pasó en la última Cumbre de las Américas, cuando la tajante réplica de Obama al discurso de Correa fue atribuida por este a una mala traducción al inglés.
Lo menos que se puede exigir a un jefe de Estado que se expresa sobre asuntos públicos es que lo haga con claridad y dignidad. Resulta inaceptable que, a cada desliz suyo, deba seguir una aclaración aduciendo que la “mala fe” ha “sacado de contexto” sus declaraciones.
Como muestras, varios botones: en su fogosa arenga desde los balcones de Carondelet, a mediodía del lunes 15 de junio del año pasado, el país oyó decir a Correa que “no retrocederá ni un milímetro” en cuando a sus proyectos de ley sobre herencia y plusvalía. Pero, según rectificación oficial impuesta al Diario EL COMERCIO, lo que quiso decir es que no cedería ni un milímetro “refiriéndose al combate que lleva adelante el gobierno nacional, en contra de la corrupción”; la declaración de Correa sobre las tarjetas de crédito a las que el ecuatoriano desempleado podría acudir para obtener dinero cuando hubiere consumido el suyo, asunto que, al suscitar críticas serias e hilarantes, fue aclarado aduciendo que la situación de los ecuatorianos ha mejorado porque, “además de casa de dos pisos, automóvil, etc.”
disponen ahora de una generosa tarjeta de crédito, útil en momentos de iliquidez; la declaración sobre los reclamos financieros de Solca, tema que archivó clasificándolo como “no importante” al tiempo que descalificó las críticas de un asambleísta de su propio partido atribuyéndolas al “cáncer que padecía”. ¿Qué quiso decir el Presidente? La torpeza y maldad ocultas en esas palabras son demasiadas y no pueden corresponder al pensamiento de un sensato y sensible jefe de Estado.
A lo mejor a esto es a lo que Churchill -pensando en la política exterior de Moscú- calificaba como “un acertijo envuelto en un misterio, dentro de un enigma”.
Así suenan los discursos del rey que nos ha deparado la suerte.