El discurso oficial anda desencaminado. En un principio, el propósito fue tomarse el concepto de patria y de soberanía, los grandes personajes, los espacios simbólicos como Montecristi y la diversidad nacional, con mensajes bien logrados y contundentes. Ahora parece que el ejercicio es hurgar en la semántica, lo cual, por supuesto, no es gratuito.
Veamos. Se nos da a entender que la dictadura es buena si es del corazón, del amor, del pueblo, con lo cual la democracia participativa, que es el verdadero valor que persiguen las sociedades contemporáneas, queda devaluada y pasa a un segundo plano.
Se nos dice que es bueno ser sumiso o sumisa si el loable propósito es defender los derechos de las mujeres, con lo cual tales derechos quedan supeditados al poder. Y la libertad, que es el valor democrático que persiguen las sociedades contemporáneas y es la base de cualquier derecho, también se devalúa.
De tanto repetirla, casi se ha impuesto la idea de que la rendición de cuentas, uno de los bienes más apreciados en las sociedades que realmente buscan la transparencia, es mejor si la hacen los propios mandatarios. Pero es lógico que si quienes ejercen el derecho de pedir las cuentas a los gobernantes no son los mandantes, ese valor democrático se devalúa.
Bajo esa perspectiva, quienes exigen rendición de cuentas y se preocupan por el destino de los fondos públicos, por la coherencia en las políticas públicas y la institucionalidad son, dentro del lenguaje del poder, sufridores, lo cual significa que quienes están del lado del poder son los que no sufren y tienen motivos para estar alegres.
El Presidente es cada vez más duro y dramático en la defensa de sus convicciones sobre la salud reproductiva. Olvida que un mandatario no puede imponer sus creencias y valores a la sociedad, y que lo que cabe es trazar políticas públicas participativas en función de estudios mundiales, en lugar de rechazarlos por ‘anti- soberanos’. De lo contrario, ese valor se vuelve imposición y atenta contra la diversidad que caracteriza a una sociedad plural.
El representante de un país que reconoce el laicismo y la división entre el Estado y la Iglesia como un principio heredado del liberalismo, no puede declarar de interés nacional la visita del jerarca de una iglesia con fines pastorales, por más que esta sea mayoritaria y por más que el líder sea muy carismático y querido, sin poner en tela de duda los derechos de los otros cultos.
Y ya que hablamos del fuero interno y del fuero externo, si un funcionario utiliza recursos públicos para ser parte de una visita oficial al Vaticano, no puede dar ‘gracias a la vida que le ha dado tanto’ y asumir como un logro personal una acción de Estado.
El discurso oficialista anda desencaminado. En el principio eran el deber ser, los ideales; ahora es la defensa de la práctica política y se hace atropelladamente.