Discriminaciones de Correa

Una vez más, el presidente Correa, siguiendo su costumbre de irrespeto a personas, autoridades, principios y leyes, se ha burlado sarcásticamente de una dama ridiculizando el color de sus ojos y su apariencia física.

El tema puede parecer circunstancial pero no lo es. Se trata de la violación de uno de los principios básicos de la vida civilizada: la no discriminación por razones de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión, origen nacional o social o cualquiera otra condición.
¡Cuántas veces Correa -mientras predica la igualdad de todos- ha hecho uso del discurso discriminatorio por razones de apariencia física, sexo y color!

En el último episodio de atrabiliarias descalificaciones no se contentó con ofender a una dama, lo que ningún caballero haría. Se olvidó también que el pueblo guayaquileño había decidido democráticamente que dicha dama sea su Vicealcaldesa. Nada le importó ese pronunciamiento soberano e hizo mofa de él. Ignoró la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los compromisos jurídicos que obligan al Ecuador, en los que se condena toda forma de discriminación. Olvidó que la Constitución de Montecristi le ordena promover y respetar todos los derechos humanos, para forjar un país solidario, justo y fraterno. Olvidó también -¿las conoció alguna vez?- las normas de la más elemental buena educación y utilizó abusivamente un foro público de la más alta categoría, en el que jugaba el papel de anfitrión, para zaherir a la dama que había hablado en nombre del pueblo de Guayaquil. Aludió al origen extranjero de su apellido, al color de sus ojos, al lugar de su residencia, para discriminarla irracional e injustificadamente. ¡Así de sólidos fueron sus argumentos! Por supuesto, olvidó todos los dictados del buen juicio y la tolerancia. Y horas después, sonriente y triunfante en tan desigual contienda en la que quiso brillar por su agudeza dando a sus propias palabras el valor de “verdad suprema”, deseó a la dama que dignamente había abandonado el salón de los agravios: “Que le vaya bonito”.

El Presidente de la República cuya conducta debe orientar, como ejemplo, a todo el pueblo, que fue elegido para servir a todos los ecuatorianos y no para hacer escarnio de muchos de ellos, que debe dar pruebas invariables de buen juicio y sabiduría, sigue impartiendo lecciones de intolerancia, arbitrariedad, mala educación y pésimo gusto, rayanas en la oprobiosa discriminación. Y de cinismo. Con una actitud de insolencia y burla responde a las críticas que recibe por sus desafueros. La mueca en forma de sonrisa con que rechaza la opinión ajena, la minimiza en su valor y la magnifica en su presunta maldad, le sirve también como pretendida demostración de que otorga a sus críticos el magnánimo perdón que su inteligencia y bondad supremas le sugieren.

jayala@elcomercio.org

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