La política española aplicada en América durante la Colonia se caracterizó por ser absolutista en la norma y despótica en el método. Este sistema autoritario se consolidó en la era republicana como un estilo de gobierno en una sociedad caótica que ostentaba una fachada democrática. Nuestros escritores del siglo XIX estaban convencidos de que la herencia española no permitía a estas sociedades la consolidación de una auténtica democracia. Francisco Bilbao interpretó este sentir cuando dijo: “Hemos nacido bajo dictaduras, nos educan viviéndolas y nos entierran las dictaduras”. Todo indica que las dictaduras surgieron y se justificaron por el caos imperante. Fue Bolívar, el padre del republicanismo latinoamericano, quien inició la tradición autoritaria.
La modernidad ha sido para nosotros la roca de Sísifo: el peñasco de un titán con todo aquello que el mito sugiere: un esfuerzo ingente condenado al fracaso y absurdamente repetido. La modernidad empezó a ser la utopía de unos cuantos soñadores que, luego de poner las bases de la República del Ecuador, pensaron en institucionalizar este país sumido en la anarquía, el regionalismo y el atraso: Rocafuerte, Pedro Moncayo. Mas, en el sentir de otros, todo aquello que se parecía a libertad de conciencia, libertad de credos, libre pensamiento, tolerancia religiosa sonaba a apostasía.
García Moreno encarnó las contradicciones más dramáticas que desgarraron su tiempo. Se identificó con el autoritarismo teocrático, actitud que le impidió entender los nuevos retos que ofrecían las ideologías libertarias de su siglo. El caso de Eloy Alfaro fue paradigmático por la frustración que implicó. Las reformas por él alentadas fueron sofocadas por la estulticia y miopía de sus propios correligionarios. Una vez más la roca de Sísifo era lanzada al abismo.
Hoy la actitud fanática sigue siendo la misma. Los intentos de modernización que hemos puesto en marcha han fracasado. Siempre hay excusas: si en el siglo XIX fue la defensa de un estrecho dogmatismo político-religioso; hoy, a inicios del siglo XXI, la obcecación es idéntica: que el imperialismo, que el capitalismo, que la globalización, que el libre mercado. Solo ha variado el color de las banderas. Si hay algo definitivo en la historia contemporánea es el cambio de rumbo de muchos pueblos capaces de aprender de sus propios errores. Guerras, odios, diferencias ideológicas olvidadas en aras de un porvenir más promisorio para esos pueblos.
Hemos llegado al siglo XXI sin habernos liberado de la maldición de Sísifo. No hemos abandonado la mentalidad de pueblo humillado, resentido, colonizado. Quien quiera entender el Ecuador debe situarse en un escenario en el que triunfan las paradojas. Percibir el Ecuador como contradicción y discrepancia es apuntar a una de sus notas clave.
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