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Diplomacia ‘naif’

Es muy difícil afirmar que la crisis diplomática entre Colombia y Venezuela podría haberse evitado con la postergación de la sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA, en la cual el gobierno de Álvaro Uribe presentó pruebas sobre la supuesta presencia de miembros de las FARC en territorio venezolano.

Sin embargo, el Canciller ecuatoriano afirma con vehemencia que el tema le quedó grande al Secretario General de la OEA, cuando no acogió su pedido de que la sesión se postergara hasta hacer consultas.

El Embajador ecuatoriano ante ese organismo, que detentaba la Presidencia del Consejo Permanente, tuvo que renunciar al cargo porque respetó el reglamento que impedía la postergación reclamada por Ricardo Patiño. Lo que suele hacerse en estos casos, según manda la experiencia diplomática, es hacer consultas previas para llegar a la reunión con suficientes argumentos y acuerdos para propiciar el diálogo.

Ecuador no estuvo presente porque la reemplazante del Embajador defenestrado no pudo llegar y, aun si hubiese llegado, es difícil que hubiese podido mediar en una pelea que no solo obedece a la confrontación entre Uribe y Hugo Chávez, sino que es fruto de las diferencias entre los presidentes entrante y saliente de Colombia.

La historia reciente de las disputas entre los dos países está atravesada por acusaciones en torno a la guerrilla, como cuando a fines del 2005 Chávez decidió congelar las relaciones comerciales con el argumento de que Colombia había violado su soberanía para capturar al “canciller” de las FARC. Uno de los últimos capítulos se escribió hace exactamente un año, cuando Chávez congeló las relaciones diplomáticas y comerciales en protesta por el uso de bases colombianas por parte de Estados Unidos.

En sus últimos días de gobierno, Uribe decidió concretar sus denuncias contra Venezuela en la polémica reunión. La lógica da a entender que ni las pruebas podían ocultarse, ni cabía esperar otra reacción de Chávez. Ahora, se dice, la Unasur cumplirá la tarea que no hizo la OEA, pero la pregunta de fondo es si a la diplomacia ecuatoriana le tocaba formar parte de un juego bastante predecible dentro de una relación bilateral “farcotizada”.

La otra pregunta es por qué al presidente electo Juan Manuel Santos y a sus flamantes canciller y vicepresidente les resultó más fácil influir en Ecuador que en la diplomacia de su país. Así como Venezuela y Colombia son los primeros responsables de su política exterior, el Ecuador tiene como primera obligación dejar fuera de duda cualquier acto de parcialización o de encubrimiento a fuerzas irregulares.

Santos seguramente agradecerá el gesto ecuatoriano -ingenuo, según diplomáticos fogueados-, pues a partir de su visión pragmática podrá recomponer las relaciones en cuanto asuma el poder, y dejará definitivamente atrás su imagen guerrerista, ahora adjudicable sin duda a Uribe.