Finalmente, he podido ver la película de Scorsese “Silencio” y tengo que decir que me he sentido profundamente conmovido. Scorsese habla. ¿Será que Dios calla? Todos, hasta los cineastas, amén de poetas y pensadores, se preguntan por qué Dios calla cuando más reclamamos su presencia. No es extraño que a más de uno le escandalice el silencio de Dios. Sobre todo cuando el hombre puede llegar a sufrir tanto.
“Silencio” es el título de la cinta y, al mismo tiempo, la dura experiencia que les toca vivir a los dos jóvenes jesuitas portugueses, inmersos en una China feudal y cruel, a la búsqueda de su hermano apóstata, perseguido y torturado (el siempre imponente Liam Neelson).
A pesar de su profundo valor religioso y épico, el viaje emprendido es una travesía a los infiernos. No deja de ser curioso que el poder se sienta tan amenazado y que, una vez más, prevalezca la fuerza y la resistencia de pobres hombres y mujeres dispuestos a vivir su fe en la clandestinidad y en el martirio.
¿Será suficiente con encontrar a su compañero y maestro? El dolor y el amor concentrados en la vida de los mártires, les hace comprender que hay algo más: la necesidad de devolver la dignidad a unas pobres gentes que viven y mueren como bestias. Cuando esto ocurre, sobran las palabras y el sentido utilitario de la vida. Ni siquiera hay que buscar señales tangibles de fe.
Basta con estar a los pies de los sufrientes, basta con acompañar. Hay momentos en los que la vida (y la muerte) pesan como una losa. Y los gritos y las lágrimas dejan de tener valor. ¡Ay, si todo fuera claro y transparente! La película nos recuerda que las travesías más importantes suelen estar acompañadas de sangre, sudor y lágrimas. Vivimos perdidos en medio de una sociedad mercantilizada, que ha hecho del bienestar y del éxito individual un mito, capaz de fagocitar cualquier ideal, cualquier sacrificio altruista. Semejantes valores quedan reservados al papel o al celuloide. La vida real es otra cosa.
Lejos quedan las aguas procelosas de la fe, el testimonio y el martirio. Por esas aguas navega Scorsese, enfrentándonos con la verdad de la vida: sólo los amores mayores, la capacidad de arriesgar y de dar vida pueden liberarnos de las cadenas del miedo.
¿Se acuerdan de “La misión”, aquella inolvidable epopeya jesuítica en las Reducciones del Paraguay? Roland Joffé contraponía dos maneras de enfrentar el mal, bendiciendo o peleando. En “Silencio” sólo se nos pide estar de forma decisiva ante el sufrimiento humano. Es duro pensar que el amor a Dios cueste tanto. Y, sin embargo, esta es la verdad que permanece, el precio de la lealtad.
“Silencio” es una hermosa película, bella, contemplativa y dura al mismo tiempo. A cuantos sufren el silencio de Dios les recordará que el silencio no interrumpe la historia con el hombre, que el silencio también es tiempo de salvación.