Dinastías y revoluciones

Castro acaba de cumplir 84 años y sigue como el eje de la dictadura cubana. Su hermano y amigos gobiernan sin más legitimidad que la propaganda, la fuerza, la burocracia y los comités de defensa. La vieja revolución es el icono de la izquierda latinoamericana y la obsesión de no pocos intelectuales. La tarea de los socialistas, comunistas y más aficionados se reduce a promover las ideas de la anciana pareja de gobernantes de la isla, a preservar sus imágenes, y últimamente, a disfrazar la doctrina totalitaria con el antifaz del “socialismo del siglo XXI.”

¿Cómo puede una revolución instaurar una dinastía? ¿Cómo puede hablarse de “democracia popular”, si el pueblo no tiene voz ni voto, y si no hay vestigio alguno de alternabilidad? Las revoluciones latinoamericanas –incluyendo la mexicana- sin excepción, han terminado transformadas en dictadura eternas, en paternalismos, y se han emparentado así con lo más tradicional de la política continental, con las taras más viejas de nuestra historia: el caudillismo, y más aún, la tendencia a hacer del poder un patrimonio y un secreto familiar, a manejarse con las armas de la represión y con los encantos del discurso y del gasto público.

En nuestro tiempo, como las revoluciones se hacen desde la “democracia plebiscitaria” -cuyo secreto está en que “pregunta el que sabe y responde el que no sabe”-, la tendencia a eternizarse en el poder encontró el disfraz de legitimidad en la vertiente electoral: el plebiscito, las sucesivas elecciones, las eternas campañas, el interminable discurso redentor. Y tienen aval mediático: el micrófono y la pantalla. El telón de fondo es la propaganda científicamente estructurada, la repetición, el acoso a los ciudadanos. Todos esos son medios para quedarse, para construir dinastías, generar la necesaria red de controles, el indispensable ambiente de miedos y acomodos. Estos sistemas necesitan tiempo y herederos. A algunos ensayos actuales de “revoluciones plebiscitarias”, les faltan todavía los delfines. En otros, la sucesión está asegurada incluso por vía matrimonial, como el caso de la parejita argentina.

El cumpleaños de Castro, la dependencia de su hermano, la prolongación de la dictadura, plantean un problema al concepto mismo de revolución: la monarquía es conservadora, apunta a la eternidad, pero se la usa “revolucionariamente”. El absolutismo es lo opuesto al progresismo, pero se lo refina. La represión es lo contrario a la liberación, pero en nombre de la nueva libertad imaginada por los caudillos, se encarcela, se prohíbe, se controla y'se rescribe la historia. Se desentierra a los héroes, se manipula sus esqueletos, y se inventa lo que sea para que Bolívar, el aristócrata liberal, sea el compañero de ruta de un coronel autoritario y vocinglero.

¿Cómo saldrán de esta trampa los “intelectuales socialistas”, los que abdicaron de la originalidad y de la crítica?

Suplementos digitales