Columnista invitada
Intento imaginar la fe en la consulta popular de las víctimas de una justicia sometida, que se movía al ritmo que le marcaba el poder político, y reafirmo mi convicción de que ganar en las urnas, el 4 de febrero, es la única apuesta, en este momento, para reconstruir la vida de quienes fueron sancionados y condenados por delitos no cometidos. Y para enderezar la justicia misma.
Puedo imaginar también la ira contenida de aquellos a quienes los aparatos de seguridad espiaron y persiguieron, convirtiendo sus vidas en un mundo de paranoias y reafirmo mi criterio de que restaurar la institucionalidad del país ayudará a deshacerse de estos cuerpos de represión. Y a superar los traumas de los agraviados.
Las urnas son, una vez más, la caja de la esperanza en la que los ecuatorianos depositarán su voto, apostando con optimismo para recuperar la nación.
Que el sí gane con holgura en las siete preguntas es la mejor forma de dar gobernabilidad a las autoridades, urgidas a dejar atrás el juego de simulaciones al que se redujo la democracia ecuatoriana, para dar paso a su fortalecimiento, comenzando por lo primigenio: respetar la división de poderes del Estado y su autonomía.
Por estas certezas acerca de la trascendencia del pronunciamiento del pueblo, no encuentro explicación alguna para tanto yerro que se comete en las altas esferas, hasta llegar a generar dudas sobre su intención de cara a la consulta.
Que el ministro de Finanzas desvíe el dinero destinado a obras para las víctimas del terremoto es inconcebible no solo porque está reñido con las leyes y la ética, sino porque toca las sensibilidades de quienes perdieron todo con la catástrofe y resulta impresentable usar esos recursos, aunque sea de manera temporal, para otros fines.
Qué decir de la canciller devenida en suerte de kamikaze de la diplomacia. Rotunda, un día niega que se entregó cédula de ciudadanía al director de WikiLeaks, Julian Assange, asilado en la embajada ecuatoriana en Londres; pero al día siguiente, los medios publican el número del documento, los datos de registro y hasta la negativa del Reino Unido a la torpe pretensión de que admita al hacker australiano como “agente diplomático”. El país entero se ruboriza ante semejante bochorno. Y ella, como si nada.
Para completar, asoma un exasambleísta revelando que no fiscalizó la corrupción que sabía existía, lo que convertiría en encubridor.
Felizmente, al contrario de quienes lucraron del poder la última década, el pueblo está decidido a dejar atrás el correato y vivir un nuevo despertar; una suerte de resurrección democrática. Así se explica su templanza para superar estos episodios funestos de la historia nacional a los que estamos asistiendo, e ir a buscar con optimismo un nuevo rumbo en las urnas. Eso sí, exige decoro a quienes detentan el poder, para que actúen con ética política y no dinamiten la consulta popular.