Las contundentes pruebas presentadas por el Gobierno de Colombia ante la OEA pillaron a Chávez con las manos en la masa y demostraron de una vez por todas el apoyo que el dictador venezolano viene otorgando a las FARC desde hace muchos años. Si bien es cierto que el soporte venezolano era un hecho conocido, las denuncias y evidencias presentadas en Washington constituyen la primera acusación formal en contra de Venezuela y desnudan ante el mundo los actos conspirativos de Chávez.
La acción diplomática de Uribe no fue producto del arrebato o ira presidencial como ciertos medios han tratado de insinuar. Las pruebas estaban en manos de la inteligencia colombiana desde hace algún tiempo, por lo que resulta fácil concluir que hubo un cálculo preciso en la acción del Mandatario colombiano. No es una coincidencia que esta denuncia fuera presentada días antes del relevo presidencial en Colombia. Para Santos, presidente entrante, habría resultado más difícil presentar esta acusación y activar un conflicto diplomático que hubiera permanecido latente durante todo su mandato. La acción diplomática demuestra, también, que Uribe, hasta el final, no rehuyó responsabilidades y que asumió con entereza un problema que fácilmente habría podido trasladar al sucesor.
La ruptura de relaciones diplomáticas entre Venezuela y Colombia se produce en medio de los graves problemas internos que estrangulan a Chávez. Al cabo de tantos años de despotismo, corrupción, despilfarro e ineficiencia, Venezuela se encuentra al borde del colapso y un conflicto armado podría ser un buen instrumento para crear una cortina de humo y activar la unidad y el nacionalismo de las masas. La extrema derecha, curiosamente, ve también con buenos ojos la posibilidad de un conflicto armado: un enfrentamiento militar, en el que Venezuela llevaría las de perder, podría exacerbar su crisis interna y anticipar la implosión de la Revolución Bolivariana. En todo caso, la situación regional se dibuja explosiva y exige a las naciones del Hemisferio un máximo de prudencia y cuidado.
Ecuador se encuentra en el ojo de la tormenta. La proximidad geográfica con Colombia y la ideológica con Venezuela colocan a nuestro país en una posición difícil y peligrosa. Durante años, la política del Estado ecuatoriano -o quizá, su falta de política- optó por ignorar el conflicto colombiano y considerarlo como un asunto interno de ese país. La ceguera de nuestra diplomacia permitió que la insurgencia colombiana penetrara lentamente en los tejidos sociales y políticos del Ecuador y se convirtiera en una seria amenaza para nuestra seguridad interna. Hoy tenemos en nuestras manos dinamita pura y eso exige un manejo diplomático muy cuidadoso y profesional que debería empezar por el relevo inmediato del Canciller y todo su equipo.