Uno se define en función de cómo y con quienes definen las cosas en la vida. Cuando un país apoya a gobiernos autoritarios es porque cree en ese modelo de gobierno y en esa forma de relación entre el poder político de ocasión y la sociedad. Cuando algunos países de América Latina apoyan a gobiernos sátrapas como los de Siria o Irán están definiéndose como naciones que creen que los valores occidentales de libertad o de democracia son cuestiones absolutamente secundarias y de ningún valor. La crisis en el Oriente Medio ha probado de nuevo que muchos pretenden pasarle la boleta a los Estados Unidos apoyando a gobiernos de claro sesgo autoritario que colisionan frontalmente con los modelos de vida de nuestros pueblos. La afirmación reiterada desde este sector es cada país es soberano de adoptar la forma de gobierno que desee y nadie puede influir sobre él. Este argumento es tan endeble como cuando los países de la Unasur y del Mercosur intervinieron, condenaron y sancionaron a Paraguay por haber tomado una decisión soberana de apartar a un presidente por la vía de un recurso constitucional.
Las medias verdades son las peores formas de la mentira y las actitudes ambivalentes de algunos gobiernos que gritan a voz de cuello que son democráticos pero que en la práctica abominan sus formas y apoyan a gobiernos autoritarios nos demuestran que la incoherencia y el doble discurso forma parte de toda una estrategia de gobernar que cualquier sociedad libre la debe desenmascarar. La tendencia cada vez más creciente a este juego de cuidar las formas democráticas (elecciones cada cierto tiempo) pero no vivir el concepto que implica respetar la crítica, la disidencia, la oposición o la prensa libre resumen claramente el sesgo autoritario que algunos gobiernos pseudo democráticos han venido implementando de manera continuada en nuestra América Latina. La democracia es un valor occidental, imperfecto como toda obra humana y por lo tanto sujeto a una crítica permanente que busque perfeccionarla aunque la perfección completa nunca será posible. Y en este sistema no se puede predicar supuestos valores cívicos que colisionan frontalmente contra prácticas y usos de naciones con las cuales debería estar en disidencia clara y frontal y no apoyándolas como han ocurrido de manera reiterada a lo largo de estos tiempos.
La práctica política parte de una coherencia en el discurso y en el accionar porque genera previsibilidad que es un valor trascendente e importante para cualquier liderazgo de este estilo. La actitud conciliatoria y servil con las satrapías en el mundo cualquiera sea su lugar nos devuelve el aserto popular que afirma con claridad: “dime con quién andas y te diré quién eres” .