Para nadie es desconocido que los dos períodos presidenciales consecutivos de Lula da Silva fueron de una enorme prosperidad económica para Brasil. Pese a los agoreros que hablaban de una hecatombe económica, el oriundo de Pernambuco jugó al pragmatismo y prácticamente no cambió nada en relación con las políticas monetarias, tributarias, de tasas de interés, etc. de su antecesor, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso.
La balanza comercial brasileña alcanzó niveles récord durante el primer período (2003-2007), la deuda externa dejó de ser un problema, incluso, en algunos arrebatos de arrogancia, Lula ofreció recursos al FMI. El segundo período fue más complicado, pese a que comenzó a cosechar el fruto de las buenas decisiones en materia económica y social, con planes concretos para reducir la pobreza. Con eso se aseguró la elección de Dilma Rousseff que, sin embargo, se despreocupó de temas tan sensibles como la inflación, las tasas de interés, el costo de los pasajes, etc.
Eso casi le cuesta su reelección. El resultado electoral la dejó en estado de alerta, entendió muy bien que no podía continuar con los mismos colaboradores y precisaba rectificar. El Banco Central alertó que el crecimiento de la economía para el 2015 será de apenas 0,5%, peligrosamente cercano al estancamiento. Primera acción, despedir a Guido Mântega del estratégico Ministerio de Hacienda y al mismo tiempo aplicar un freno al gasto (derroche) público.
Con esos antecedentes Dilma dio la bienvenida al nuevo funcionario, Joaquim Levy, un banquero (53 años) de larga trayectoria en organismos internacionales de crédito y, hasta el 31 de diciembre del 2014, director de Bradesco, el segundo mayor banco privado de Brasil (el primero es Itaú) que administra al menos 120 000 millones de dólares de inversores y empresas. Apodado “manos de tesoura (tijera)”, Levy, doctor en economía de la Universidad de Chicago, pregona un rígido control del gasto público en medio de programas de disciplina fiscal.
Con un perfil netamente técnico, el nuevo funcionario había desempeñado funciones en los ministerios de Hacienda y de Planificación entre el 2000 y el 2002, durante el segundo período de Cardoso. La designación de Levy es una señal dirigida a los mercados, a los inversionistas; Dilma Rousseff quiere equilibrar las cuentas públicas para retomar el crecimiento. Pretende acabar con el gasto irresponsable, con la corrupción en Petrobras. Volvió la ortodoxia en el manejo fiscal.
Los gobernantes cometen errores, pero el ego que alimenta a diario su poder es tan grande que les cuesta rectificar. El Partido de los Trabajadores, creado por Lula en los sindicatos metalúrgicos de Sao Paulo, quiere continuar en el poder y para lograrlo doña Dilma solo necesita descender del pedestal de la soberbia, ya bajó los primeros escalones.
Fernando Larenas / @flarenasec