La base referencial de muchos de nuestros gobiernos está generalmente en el pasado. Ese que se quiere sepultar con buenas intenciones, con discursos oportunistas y con medidas generalmente llevadas por las inquinas antes que por los compromisos del futuro. Cuesta en América Latina elevar la mirada hacia el futuro aquel, que nos pide trabajo para los más jóvenes, una economía basada en el conocimiento y un estado más eficaz que construya una institucionalidad sólida que no permita que el nuevo gobierno empiece de cero. El campo del porvenir desafortunadamente es ahora un presente lleno de contradicciones, pérdidas de tiempo y adulonerías que desde el poder pretenden crear lo que los antiguos griegos denominaban: oclocracia.
Polibio, historiador griego, en su obra Historiæ, sobre el 200 a.C. llamó oclocracia al fruto de la acción demagógica y la definió como “la tiranía de las mayorías incultas y uso indebido de la fuerza para obligar a los gobernantes a adoptar políticas, decisiones o regulaciones desafortunadas”.
El resultado de todo eso es que la democracia se deviene en oclocracia manchándola de ilegalidad y de violencia. En este cuadro de situación que algunos consideran absolutamente justo porque se cobra una revancha histórica, se ajustan cuentas con el pasado… en realidad lo que se construye es un futuro incierto, empobrecido y yermo. Cuando no develamos el porvenir con una actuación en justicia en realidad lo que estamos es incubando odios que terminaran cobrándose venganza para terminar de nuevo rizando el rizo. Iniciando todo desde el inicio lo que convierte a Sísifo en un personaje paradigmático de nuestra historia. Lo peor de todo esto es que muchos gobernantes con educación y conocimiento son los que lideran estas acciones. Culpables por desconocimiento no lo son claramente.
Requerimos acciones serias desde los gobiernos, estadistas que apunten a la siguiente generación y no la próxima elección. Necesitamos exigir desde la opinión pública que la democracia eleve el listón de calidad de los que plebiscitan su nombre para ser escogidos en elecciones y sepultar en el olvido a quienes, movidos por el odio, la malquerencia y el resentimiento solo han podido levantar una América Latina de odios, enfrentamientos y revanchas en un presente donde lo único que parece contar es el pasado reciente o distante cuyas figuras son sacadas de sus sarcófagos y paseadas ante la mirada atónica y sorprendida de una población que no logra entender cuál es la relación entre esos gestos y su pobreza o entre el falso nacionalismo y la inequidad que deberían ser finalmente las acciones que los buenos gobiernos emprendan para develar el dilema del futuro cargado de oportunidades pero ausente en debate y acción de la política cotidiana.