Alguien tiene que decírselo; es urgente. Y si nadie se lo dice pronto, les cuento que vamos a terminar todos, no solo él, hechos papilla. Lo peor es que la culpa más que de él será de quienes no hablaron a tiempo.
Quizá me explique mejor con un ejemplo, que por supuesto no es mío sino que tomo prestado del libro ‘Outliers’, de Malcolm Gladwell. El capítulo siete de este libro se titula ‘La teoría cultural de los accidentes aviatorios’ y desmenuza las razones más comunes para que se dé la bien conocida ‘falla humana’, que más que con el individuo muchas veces tiene que ver con la cultura de la cual provienen los individuos (en este caso el piloto y sus asistentes de vuelo).
A medida que iba leyendo cómo Gladwell hilvana en su texto todos los ingredientes para la catástrofe, en mi cabeza aparecían -juro que de manera involuntaria- dos imágenes: Rafael Correa al mando y un avión llamado Ecuador estrellado contra el planeta.
La tesis que maneja Gladwell, basado en un sinnúmero de investigaciones científicas de diversos orígenes y con distintos propósitos, es que los pilotos provenientes de culturas marcadamente jerarquizadas escuchan menos a quienes tienen a su alrededor -precisamente para asistirlos- y este rasgo de autosuficiencia los lleva con más frecuencia a estrellar el avión que comandan.
Esta versión mía es un escuetísimo resumen de las 46 páginas que Gladwell se toma para explicar este complejo fenómeno. El caso es que no solo el piloto no escucha, sino que -y eso es lo más grave- nadie a su alrededor se atreve a decirle que está equivocado; porque, gracias a esas jerarquías, el piloto (o el Presidente) es reverenciado, en lugar de ser uno más del equipo, que es como ocurre en sociedades menos jerarquizadas, socialmente más justas y más desarrolladas.
En la historia de Gladwell, el piloto incluso se permite golpear en la cabeza a su copiloto, cuando éste hace algo que a criterio del ‘superior’ está mal. Esto que seguramente a algunos de ustedes (ojalá que no sean pocos) les parecerá inaceptable, en sociedades altamente jerarquizadas es normal.
Quien está al mando es visto y tratado como alguien que tiene derecho a maltratar, a acusar, a insultar… pero a él nadie puede decirle nada. ¡Dios no permita mancillar la majestad del poder! Al punto de que, paralizados por el terror, los subalternos, no dicen ni chis ni mus, incluso cuando saben que el avión está a punto de estrellarse; algunos seguro no contradicen al jefe para seguir contando con su bendición. Amén.
Quizá aún estemos a tiempo de hacer un aterrizaje de emergencia y salvar los muebles… Señores ministros, viceministros, ministros coordinadores, secretarios, subsecretarios y sucedáneos de todo calibre tengan la bondad de decir algo. ¿O de verdad van a dejar que nos estrellemos?