La anterior semana Rafael Correa abandonó la sala al momento de la presentación de la Vicepresidenta del Banco Mundial para América Latina, Pamela Cox, ante la Cumbre Iberoamericana. Durante su intervención abrió su libro y leyó un epígrafe que recordaba cómo la funcionaria había negado un crédito al Ecuador debido al cambio de política económica cuando él había sido Ministro de Finanzas. Luego, muy fiel a su estilo, empleó calificativos de chantajista y neocolonialista, que los pronuncia con la gracia de quien ya tiene bastante experiencia en recitarlos.
La intervención de Correa y la lectura que hizo no transmitieron con suficiente precisión cuáles fueron los motivos que estuvieron detrás de las decisiones de ese organismo. Pero bueno, imaginemos que el Presidente tuvo razón. Es decir que él intentó implementar políticas económicas que no interferían con las condiciones del préstamo, ni eran de la incumbencia del Banco Mundial, pero que enfuruñaban a la funcionaria, quien se lamentaba que otro país despierte de la larga noche neoliberal. Y, en consecuencia esta había utilizado la concesión del crédito como una represalia en contra de las decisiones ideológico—económicas del país.
Sería tremendamente reprochable esta conducta, digna de que periodistas e intelectuales ecuatorianos trinen en contra de ella. Incluso me parecería adecuado que diplomáticamente el Ecuador hubiese manifestado su malestar frente al organismo. Recordemos que Correa ya declaró persona no grata al delegado del Banco Mundial para el país Eduardo Somensatto en abril del 2007.
Pero, ¿es útil que el Presidente continúe manifestando públicamente tanta hostilidad a un organismo que juega un rol clave en el concierto internacional?
Un presidente debe obrar bajo el canon de realizar acciones útiles al país. Si se está en completo desacuerdo con un organismo, no se lo escuche; o si se tiene medios suficientes, utilícelo y manipúlelo. Pero desde luego una confrontación directa no es útil al país, y difícilmente sus actuaciones circenses de salir con pompa de los salones lograrán agrupar a otros países a nuestro favor.
Estamos en el 2011 y las acciones que Correa reprocha datan del 2005. El tiempo de quejarse de ello expiró desde hace bastante. Ahora los calificativos y el rechazo del presidente ya no tienen ninguna utilidad que la resarcir su orgullo personal. Incluso deben causar asombro ante los demás actores de que el Ecuador mantenga viva un actitud de adolescente resentido. En los periódicos internacionales cuando se describió una síntesis de todo lo ocurrido en la Cumbre, el Ecuador apenas aportó con la “nota discordante”.
Necesitamos más estrategia y menos bilis en la jefatura del Estado.